Jordi Sevilla-El Confidencial
- Se aprueban medidas que corren el riesgo de confundirse con lo que no son más que parches para, en lugar de hacer, decir que se hace para ganar la batalla por el relato y no tanto por transformar y mejorar la realidad
Querido presidente,
Demasiada gente se está quedando atrás en España como para no sentirse preocupado. Al menos, eso dicen los datos: más de la mitad de las familias no llega a fin de mes o lo hace con muchas dificultades, y más de un 60% llega con mayor dificultad que hace un año. El reciente estudio sobre la desigualdad de los profesores Cantó y Ayala constata el preocupante estrechamiento de la clase media-baja y su traspaso a la baja-baja como una prueba más de la creciente desigualdad social.
Por otra parte, la perceptible pérdida de poder adquisitivo de los salarios, al crecer menos que los precios, hace que de esta crisis se está saliendo, otra vez, con una devaluación salarial en términos reales. Esos son los dos grandes problemas hoy en España: fallan la predistribución y la redistribución, y así lo siente ese 58% de ciudadanos para los que, según el último Barómetro del CIS, el problema que más les afecta personalmente es el paro y los problemas de índole económica.
Hay colectivos, como los jóvenes, que todavía no se han recuperado de la Gran Recesión de 2010-2013 y, si bien 2022 ha sido un año record en compraventa de pisos desde 2007, los jóvenes siguen sin poder independizarse y la actual subida de tipos impide comprar vivienda a un 48% de hogares, según un estudio de Tecnocasa. Y otros, como el más de millón y medio de parados de larga duración o ese 25% de pobres cronificados, han perdido esperanza, incluido en lo público. Estamos construyendo una España a dos velocidades sociales.
Cuando todavía no hemos recuperado el nivel de renta previo a la pandemia, nuestra renta per cápita se separa de la media de la eurozona y parece que la brecha social interna sigue creciendo a pesar de las medidas adoptadas por el Gobierno. Y no es extraño que así ocurra porque, por ejemplo, hacen falta varios saltos lógicos para defender que tras una subida del 15% en el precio de los alimentos en enero, se encuentra la prueba del éxito de la tímida rebaja del IVA aprobada para ciertos alimentos.
Como se necesita audacia para vender un cheque de 200 euros al año (poco más de 50 céntimos al día) como la gran ayuda del Gobierno a los más desfavorecidos para que puedan hacer frente a la espectacular subida de los precios. Y, también, hace falta elevada autoconfianza para después de haber renunciado a la reforma fiscal que debería mejorar la deficiente progresividad de nuestro sistema tributario, engancharse en la pelea mediática por un impuesto del 1% sobre “beneficios extraordinarios” de las grandes empresas, sea lo de extraordinarios lo que cada uno quiera entender.
En el campo laboral, sin embargo, sí hay elementos que evidencian las buenas decisiones adoptadas: ERTE, elevar el SMI, reforma laboral (sigue pendiente dar un vuelco a las ineficaces políticas activas de empleo). Lo prueba más evidente: es la primera vez que ante una fuerte desaceleración económica como la que viviremos este año (bajando de un crecimiento del 5,5% al 2%), la tasa de paro no se disparará como antes.
A pesar de ello, la distribución de la renta nacional, según el INE, señala cómo las rentas empresariales están creciendo a mayor ritmo que las salariales y seguimos posponiendo la negociación de un nuevo Estatuto de los Trabajadores del siglo XXI, que responda a la nueva realidad del mundo económico y laboral.
También fue en la buena dirección la aprobación del ingreso mínimo vital (que figuraba ya en el programa del PSOE en 2015 y en el acuerdo de gobierno firmado con Ciudadanos en febrero de 2016) aunque, luego, ha hecho agua a la hora de su aplicación y ha perdido, en el camino, miles de beneficiarios potenciales y las previstas medidas de apoyo mediante un itinerario personal de activación y formación laboral.
La política es cada vez más la lucha propagandística por imponer un relato identitario que refuerce a los tuyos y confronte con los otros. Y hoy se juega a ello con más ahínco que por resolver problemas reales de los ciudadanos. Retomando el clásico: se olvida el pan y reforzamos los toros, el espectáculo. Con algunas excepciones, mencionadas, se aprueban medidas que corren el riesgo de confundirse con lo que no son más que parches para, en lugar de hacer, decir que se hace para ganar la batalla por el relato y no tanto por transformar y mejorar la realidad.
En esta línea, hay que contabilizar la preocupante disparidad entre una burocracia político-gubernamental celebrando el buen ritmo en la aprobación de los Next Generation mientras las empresas siguen diciendo, sin que se les haga caso, que no les llega el dinero y manifiestan en voz alta la creciente decepción entre lo que se prometió y la triste realidad: los fondos, en especial los Perte, han perdido su carácter disruptivo y, pasados por el tamiz burocrático, se parecen cada vez más a unos fondos estructurales más, incluso las que funcionan, como el kit digital o las ayudas a la gigafactoría de Sagunto.
Y hay que contabilizar, también, las crecientes quejas de empresarios líderes en sectores que han asumido la lucha en favor de la transición ecológica, pero que se ven arrollados por la insensibilidad dogmática de unos responsables político-administrativos empeñados en ser los primeros de la clase en Europa, cueste lo que cueste y caiga quien caiga por el camino.
Esta deriva de la política hacia lo superficial, el titular y el espectáculo no empieza con este Gobierno, ni es exclusiva de España. Decenas de libros y estudiosos lo vienen analizando desde hace algunos años, siendo el trumpismo el ejemplo más depurado de este nuevo populismo de unas redes sociales que arrastran a los medios de comunicación clásicos en el posicionamiento (a favor o en contra) y, con ello, enmarañan el debate público y oscurecen los objetivos nobles de la política: así, ante un problema real, en lugar de buscar soluciones (lo que lleva a discutir, negociar y, eventualmente, pactar) se empieza por negarlo, para luego lanzárselo a la cabeza al adversario transformado, cada vez más, en enemigo. Y, ya se sabe, al enemigo, ni agua. Así, incluso se aplauden declaraciones antidemocráticas como “vamos a echarlos [a los adversarios] de todas las instituciones”, oídas recientemente en Madrid, como objetivo declarado por una alta representante institucional. Sin complejos, ni rubor.
La política, aquí y en todas partes, parece consistir hoy en hacer grandes anuncios de medidas históricas, esperando que ocupen espacio mediático y centren el debate y el relato durante unas horas, sin ocuparse luego de su aplicación, ni mucho menos hacer un análisis posterior de su eficacia. En fin.
De vuelta a las medidas económicas adoptadas por este “Gobierno de coalición progresista” y reconociendo que le ha tocado vivir dos situaciones para las que nadie estaba preparado: una pandemia y una guerra en territorio europeo, podemos utilizar varios trabajos publicados sobre el impacto social de las diferentes medidas adoptadas en los paquetes de lucha contra las crisis.
De manera abrumadora se destacan dos conclusiones: se ha abusado de medidas generales (como la bonificación del precio de los carburantes, el tope al gas o rebajas del IVA) que, en la práctica, han beneficiado más a los que más tienen, mientras que aquellas medidas específicamente dirigidas a los menos favorecidos (cheque, bono social eléctrico, aumento del IMV o de pensiones no contributivas) han carecido de la suficiente intensidad como para marcar una diferencia real. Por su parte, la subida lineal de las pensiones con el IPC no solo agrava los problemas financieros de la Seguridad Social (dificultando el resto de la reforma necesaria, al haberse acordado antes), sino que aumenta la brecha social entre jóvenes y mayores.
Hay, pues, un problema de orientación en las medidas económicas y sociales y, además, un problema claro de insuficiente intensidad en las ayudas dirigidas a las rentas más bajas. Y sigo sin entender el porqué de la negativa a deflactar la tarifa del IRPF para las rentas medias y bajas.
Presidente, estoy convencido de que un Gobierno del PP (y más con Vox) no gestionaría los problemas económicos y sociales mejor que lo está haciendo este Gobierno. Y me remito a la pésima gestión realizada a partir de 2011, incapaz de evitar el rescate financiero (ese que no iba a costar ni un euro a los contribuyentes) y promotor de un austericidio que hizo retroceder décadas a los servicios públicos y a los salarios, sin que la actual gestión en aquellas CCAA donde gobiernan haga atisbar cambios respecto a este paradigma viejuno, sectario y retardatario.
Pero no me resigno a aceptar el mal menor, ya que aspiro a que mi Gobierno sea el que mejor lo hace, no el menos malo. Mucho mejor que el actual Gobierno de coalición (en realidad, dos gobiernos enfrentados), donde el socio minoritario se regodea en un ombliguismo infantil y egocéntrico, el mayoritario se enroca en una autocomplacencia excesiva que levanta un muro de cristal con el sentir mayoritario de los ciudadanos, muy alejado de ningún triunfalismo, y quien dice querer Sumar está descubriendo que antes debe restar, echando lastre.
Europa y España han evitado el cataclismo económico anunciado por los profetas de la catástrofe. Pero no podemos olvidar que este año, en que se inicia el segundo de la guerra de Ucrania, viviremos una fuerte desaceleración económica que llevará nuestro PIB, seguramente, a un decrecimiento en este primer trimestre, para remontar luego. Demasiadas incertidumbres, demasiados miedos, demasiadas dificultades con tipos al alza, cambios en las reglas de juego de la globalización y economía mundial en retroceso, como para que la labor de un Gobierno progresista no se centre en mejorar más la gestión y no tanto la propaganda, en resolver los problemas y no solo en anunciar soluciones, en ser cercano y no altivo y en ponerse al lado de los que peor lo tienen, promoviendo el diálogo y la fraternidad constitucional y no el enfrentamiento social populista.
Es hora de primar la resolución de problemas desde unos valores políticos democráticos y progresistas, para reforzar la España del siglo XXI
Confío en el PSOE, mi partido, del que eres secretario general, porque lo ha hecho antes, en otros momentos difíciles también de nuestra historia reciente. Es hora, tal vez, de aparcar una cultura de gobernar diseñada para la batalla por la atención en esta sociedad de memoria de pez y primar la resolución de problemas desde unos determinados valores políticos democráticos y progresistas, para reforzar la España del siglo XXI.
Gracias. Espero, presidente, haber contribuido en algo, con idea de mejorar la acción del Gobierno, en beneficio de una inmensa mayoría de ciudadanos que comparten un proyecto solidario de país.