Presunciones electorales

EL CORREO 24/01/15
KEPA AULESTIA

· Por mucho que aguante el PNV, con Podemos podría acabar derrotado el posibilismo jeltzale

En un espacio a compartir entre cinco formaciones, la cuota de poder del PNV tenderá a reducirse

La presunción de que todo proceso electoral sirve para clarificar el panorama político es solo una verdad a medias. Si la admitiésemos como principio absoluto tendríamos que concluir que cuantos más comicios se celebren en 2015 más despejado quedará el horizonte político. Pero una cosa es la expresión de la voluntad popular y otra bien distinta la jornada electoral sujeta a condicionantes partidarios, tanto a la hora de su convocatoria como en cuanto a la interpretación de sus resultados. Por eso la posible sucesión de cuatro elecciones de importancia en un período de diez meses amenaza con dejar en el ambiente más dudas que certezas, y con acarrear serios problemas de gobernabilidad para España y para Euskadi.

La incertidumbre tiene nombre propio, se llama Podemos. La incógnita no está solo en el porcentaje de voto que atraiga y a costa de quién. Aun no se sabe cómo participará en las elecciones autonómicas, locales y forales del próximo 24 de mayo, cómo se leerán sus ‘resultados’ allá donde presente candidatura con otros, y cuál será su actitud de cara a la gobernación de las instituciones mediante acuerdos. Solo sabemos que su aparición directa o compartida restará concejales y escaños a todas las demás formaciones. Lo que está dividiendo ya al arco partidario entre quienes temen verse muy afectados y aquellos que aspiran a soportar dignamente el embate. Como si los vencedores y los perdedores fueran a definirse no respecto al apoyo electoral que obtengan sino en relación al daño directo que les inflija Podemos. Ya los primeros tienden a consolarse de antemano señalando a los segundos.

La inclinación en estos casos es a curarse en salud, soportando las malas noticias que ofrecen las encuestas de opinión mientras se confía en que al final el globo del partido de Pablo Iglesias se desinfle en cuanto tenga que aproximarse a tierra. Claro que en 38 años de elecciones democráticas no hemos conocido nada similar. A las dificultades a las que se enfrenta la sociología electoral para prever lo que viene se le añade la mezcla de pereza y vértigo de las formaciones establecidas a la hora de imaginar un futuro inmediato muy distinto al que les dibuja su inercia. Nada es inverosímil. Y aunque el anuncio del cambio vaya distinguiendo a los partidos que tratan de ponerse alguna venda –PSOE–, o a quienes consideran inútil intentarlo –IU–, de quienes hacen como si la cosa no fuera con ellos –PP, CiU, PNV y EH Bildu– nadie puede descartar que al final del escrutinio todos ellos se asemejen en pérdidas políticas.

A quienes tienen la potestad de fijar su calendario electoral autonómico –léase Artur Mas y Susana Díaz– se les supone dominando la ciencia política como si fuera una disciplina de exactitudes. Nada más lejos de la realidad. El presidente de la Generalitat ha situado en el 27 de septiembre los comicios al parlamento de Cataluña porque tiende a considerar que el tiempo juega a su favor, creencia puramente cabalística en la política actual. La fecha presenta tantas ventajas e inconvenientes como los que conllevaría cualquier otra. Tampoco confesará si quiere sortear así el compromiso que para los convergentes representan las municipales de mayo, o intenta distanciarse del caótico resultado que ofrecerán en Barcelona con la esperanza de mejorar el recuento del alcalde Trias. En realidad da lo mismo. El ‘líder’ ha de actuar con ademán decidido, apuntando un día como el señalado por los astros, para transmitir así un mensaje de seguridad a bases que ya se encuentran diluidas en el magma de la espera soberanista. Todo para jugarse un ‘cara a cruz’ con ERC.

Qué decir de la presidenta andaluza, Susana Díaz, aferrada a la frase feliz de que la gobernabilidad de su comunidad autónoma estará antes en manos de los electores que de 4.000 afiliados de IU. Supongamos que quiere cogerle la delantera a Podemos y al PP mientras desaloja a Izquierda Unida del gobierno. Supongamos que lo consigue y el éxito la anima a postularse como candidata socialista a La Moncloa. En el mejor de los casos brindaría al PSOE el máximo de votos a los que podría aspirar el partido de Pedro Sánchez tras demostrar que no es de éste. Pero el camino elegido entrañaría tal maquinación que difícilmente podría zurcir los rotos que vaya dejando en su empeño.

Las mentes partidistas dibujan el comportamiento electoral como un proceso que tiende siempre a un punto justo, incluso de justicia. De modo que una convocatoria puede aflorar el descontento social para que la siguiente devuelva las aguas al cauce de la normalidad pretendida. Es lo que vino a decirles Mariano Rajoy a sus barones territoriales cuando les advirtió de que a ellos les toca pagar los gastos de la contestación ciudadana para que él pueda enfrentarse a un ambiente más relajado de cara a las generales. Se trata de un cálculo aventurado que parte de la convicción de que las ansias de desquite que anidan en la sociedad se liquidan en unas elecciones, las inmediatamente siguientes. Un cálculo reforzado por la presunción de que mientras la disputa electoral se encarnice entre las izquierdas el centro-derecha quedará a salvo, «salvo alguna cosa». No es necesario que Luis Bárcenas demuestre cada dos días que el PP nada tiene que ver con su libertad provisional para que a partir del 24 de mayo las dudas se disparen en el partido de Mariano Rajoy si se ve obligado a concurrir a ‘todo o nada’ a las generales, hasta el punto de que se discuta si de verdad el partido es de él o debería pasar a manos de alguna otra persona.

En el último acto electoral del PNV, el pasado domingo, Andoni Ortuzar subrayó la «seriedad» de su partido como baza electoral. Un doble mensaje, que apelaba a una superioridad de naturaleza moral y hasta étnica respecto a las demás opciones y, también, a la confianza jeltzale en mantenerse como la formación menos afectada por el cambio de paradigma que se anuncia. En un panorama político dividido entre cuatro, el partido de Ortuzar y de Urkullu puede asegurarse la centralidad gracias sobre todo a Bizkaia y a su eclecticismo en cuanto a las alianzas de gobierno. Pero en un espacio a compartir entre cinco formaciones, con la quinta fuera de órbita, su cuota de poder tenderá a reducirse irremisiblemente, a no ser que apueste por un partenaire para todo. Porque, por mucho que aguante el PNV, el posibilismo jeltzale podría acabar derrotado.