IGNACIO CAMACHO-ABC
- Reflejada en el espejo sanchista, la memoria del felipismo se beneficia de una indiscutible ventaja comparativa
Lo mismo ocurre con la etapa de gobierno de González, el ‘felipato’. Claro que hubo capítulos sombríos: la corrupción, el abuso de poder, los GAL, las concesiones al nacionalismo, la progresiva transformación de un proyecto sensato y pragmático en un compacto bloque de liderazgo cesáreo. La arquitectura legislativa de desarrollo constitucional tuvo a menudo un sesgo doctrinario y esos fallos de cimentación generaron las posteriores grietas del modelo democrático. Pero los tres primeros mandatos –el último fue ya la antesala del fracaso, salpicada de soberbia y agujereada de escándalos– cerraron el círculo de la normalización civil tras el régimen de Franco. El agitado socialismo republicano se transformó en socialdemocracia moderada y se integró sin mayores tensiones en el nuevo marco monárquico. El impulso de reformas estructurales y el ingreso en el club europeo convirtieron a España en un país moderno y concluyeron el proceso de homologación y respeto internacional que el Rey Juan Carlos y Suárez habían abierto. Y los grandes asuntos de Estado fueron gestionados por consenso. Esa cuenta de resultados no merece el desdén adanista de Sánchez y Zapatero, molestos de ver que el juicio histórico de la derecha es más benévolo y que la silueta de sus antecesores achica su endiosamiento, ese narcisismo autocomplaciente y hueco de creer que el verdadero progreso de España empezó con ellos.