Javier Caraballo-El Confidencial
- ¿Tiene algo que ver todo esto con las disputas ideológicas? ¿Y con los resultados de la gestión que ha realizado el PSOE en Andalucía durante cuatro décadas?
No hay primarias sin insultos. La fiesta de la democracia en los partidos políticos es más bien reyerta, el acero de Damasco en el bolsillo y la certeza de que se trata de un combate a vida o muerte. Saben que el que pierda se caerá con toda su parentela política y no gozará más de los favores de la política, el escaño del Parlamento, el sillón de la Alcaldía o el despacho de director general. Las primarias de la política son siempre a cara de perro y es tanta la rivalidad que compañeros de partido se lanzan descalificaciones que, a veces, ni siquiera las emplean para sus adversarios políticos. Quizá, por eso, tiene razón Alfonso Guerra cuando dice que las primarias es un modelo catastrófico para la vida interna de un partido político porque genera un ‘hiperliderazgo’ cesarista que arrasa con todo debate interno.
Conviene detenerse en que quien dice tal cosa, Alfonso Guerra, es la persona que, en sus días de poder, creaba a su alrededor una especie de aura de miedo y de respeto dentro del partido; «el que se mueve no sale en la foto», que es una de las frases más cínicas y brillantes para definir el servilismo político. Pues, con todo, en lo que tiene razón Alfonso Guerra es que, antes de que se celebrasen elecciones primarias, el PSOE estaba compuesto por corrientes críticas que convivían con las ejecutivas federales, todopoderosas, y que, internamente, las asambleas, y los líderes, locales, provinciales y regionales, tenían la relevancia del poder orgánico que atesoraban. Al desplazarse la decisión a los militantes, todo eso ha desaparecido y, en efecto, la conexión del líder máximo —pensemos en Pedro Sánchez, que será la persona en la que piensa Guerra— ya no es con la organización, que diseña a su antojo, sino con la militancia que lo eligió. Un césar elegido por aclamación mientras que lo otro era un secretario general elegido por alianzas internas. Esa es su visión.
En la campaña electoral de las primarias que está celebrando el PSOE en Andalucía, forzadas por Pedro Sánchez para quitarse de en medio a Susana Díaz, todo lo que se escuchan son descalificaciones personales. Eso es lo más relevante del tiempo transcurrido de mítines y entrevistas, a una semana de que se pongan las urnas en las sedes y acudan los militantes socialistas a votar, unos 46.000 según dicen. Por lo que se mencionaba antes, el principal interés de estas primarias es conocer si la hasta ahora secretaria general de los socialistas andaluces es capaz de devolverle al líder de su partido el bofetón de las primarias de 2017; si la reina destronada es capaz de vencer al césar.
De ahí que las descalificaciones vayan en aumento, frente a la ausencia absoluta de diferencias políticas o programáticas entre las dos personas —en realidad son tres candidatos, pero solo cuentan dos— que se disputan la secretaría general del PSOE andaluz. Quienes están en el bando de Pedro Sánchez sostienen, desde el principio, que el éxito durante cuarenta años de los socialistas andaluces ha consistido, precisamente, en saber cambiar de candidato cuando la sociedad lo demandaba; desde Rafael Escuredo hasta la propia Susana Díaz. Cuando el PSOE, en las últimas elecciones andaluzas, contó sus votos y observó que casi medio millón de votantes se había quedado en su casa, desmotivados, se encendieron tantas alertas como las que provocaba el golpe brutal de perder la Junta de Andalucía, después de 36 años. El cambio de liderazgo es el primer paso del proceso interno que se requiere.
Esperaban que fuera Susana Díaz la que arrojase la toalla, la que pactara su salida, pero no lo aceptó nunca
Por eso acusan a la expresidenta de soberbia, de no pensar más que en sus propios intereses, el ‘yoísmo’ como modelo de partido. Esperaban que fuera Susana Díaz la que arrojase la toalla, la que pactara su salida, pero no lo aceptó nunca —»lo que me ofrecéis es una caja de pino»—, y ahora la culpan de haber conducido al partido a este enfrentamiento. Susana Díaz, que está hecha a imagen y semejanza de los rivales a los que se enfrenta, todos profesionales de partido, con pocos escrúpulos cuando se disputan el poder, les ha contestado con ácido: la quitan por ser mujer, lo que convierte al PSOE en un partido machista y al presidente del Gobierno, de un Gobierno feminista con más ministras que ministros, en un líder machista. ¿Tiene algo que ver todo esto con las disputas ideológicas? ¿Y con los resultados de la gestión que ha realizado el PSOE en Andalucía durante cuatro décadas?
Obviamente, nada; por lo que se decía antes, porque se trata de una guerra de poder, descarnada e implacable. La propia Susana Díaz ha difundido estos días el vídeo de una intervención suya en una plaza de Huelva, con piano de fondo y tono de serie dramática, en el que analiza algunos de los errores de su etapa de Gobierno. Habla de las mareas sanitarias, que protestaban contra los recortes en la Sanidad, o de la gratuidad del colegio de cero a tres años, pero su invocación a la autocrítica suena tan impostada, tan irreal, que, al margen de que acaba culpando al Partido Popular, no desliza ni una sola observación sobre los escándalos de corrupción que minaron a los Gobiernos socialistas. ¿O es que el fraude de los ERE, que llevó al banquillo a sus dos predecesores, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, no merece alguna reflexión, alguna disculpa, un ‘nos equivocamos’?
Si existe o no machismo en el PSOE es, en todo caso, un asunto menor y, desde luego, no parece que sea Susana Díaz la persona adecuada para denunciarlo, después de haber ocupado una docena de cargos públicos en su vida, íntegramente dedicada a la política. A finales de mayo, cuando los candidatos ya competían abiertamente en las primarias socialistas, se supo en Andalucía que en la época de Gobierno del PSOE se creó una doble contabilidad en la Fundación Andaluza Fondo de Formación y Empleo (Faffe) para poder ocultar los gastos en prostíbulos. Si existe no o machismo en el PSOE es un debate prescindible frente a todo eso, o el escándalo de los cursos de formación, y, Juan Espadas, la persona que aspira a regenerar el PSOE y devolverlo a la Junta de Andalucía, debería explicarnos su versión de cómo un proyecto político llega a tal degeneración. Seguro que se lo agradecen los militantes socialistas que tienen que votar en las primarias y, más allá, el medio millón de votantes que en las elecciones andaluzas de hace dos años se cansó de tanta falsedad.