JON JUARISTI, ABC 01/06/14
· Hay cierta justicia poética en la conversión del Parlamento Europeo en una parodia del ucraniano.
· El Diccionario de la RAE recoge la definición siguiente como octava y última acepción de la palabra primavera: «Dicho de una persona: simple, cándida o fácil de engañar».
Los primaveras, al contrario que los horteras, florecen en cualquier estación, pero, como es lógico, se manifiestan en todo su esplendor durante las elecciones, cuando todos nos volvemos receptivos a promesas de felicidad que nunca se cumplen. Y eso que los políticos ya no prometen felicidad. Si acaso, vagas «mejoras de la calidad de vida» (Rajoy y Rubalcaba), y algunos ni eso, sino sangre, sudor y lágrimas, como el candidato de los indignados a las europeas del pasado domingo.
Pero los primaveras necesitan creer que la felicidad existe, y no escucharán ni a Pablo Iglesias si se les predica lo contrario. El candidato de Podemos, hoy flamante eurodiputado, les ha dicho a los suyos que de momento no pueden. Que la revolución continúa pendiente y que el capitalismo va a seguir igual de cañero que antes del domingo. O aún más, como reacción al ascenso del movimiento bolivariano.
A mí este chico me parece un melancólico a lo Zenón de Elea, es decir, de los que intuyen que Aquiles nunca alcanzará a la tortuga y así lo declaran con desconsuelo cada vez que parecen acortar distancias. Conste que no me cae mal y que cuando maneja la retorsión me suelen entrar ganas de aplaudirle con las orejas. La retórica será un placebo, no remedia nada, de acuerdo, pero seduce a los primaveras, y eso es un arte. Arte Retórica, le llamaban los clásicos. Iglesias retuerce con arte los argumentos del contrario. Los propios son pura filfa, pensamiento somosaguas, o sea, somos aguas (menores o mayores).
Me produce una ternura infinita verle tirar de su ridículumvitae para impresionar al público, como si no supiéramos de qué van los tramos de investigación, pero qué brillantez la suya cuando rebate a los que le acusan de complicidad con los escraches y la caleborroca. Vale, les dice, y qué: ¿es qué no los habéis jaleado vosotros en Ucrania? Qué cuco. No menta la bicha, su modelo real, el del populismo caudillista venezolano que asesina sin distinción estudiantes de las universidades públicas y de las privadas, sino Ucrania, donde nadie tiene claro quiénes son los galgos y quiénes los podencos.
No creo que Iglesias suponga una amenaza inmediata para la democracia. Dentro de cinco años no será notario, como cuentan que pronosticó Beckett de los jóvenes revoltosos de mayo del 68, pero no es un primavera y, oyendo cómo se emociona al enumerar sus títulos y sus másters del universo, uno se huele que no cambiará la tranquilidad de una futura cátedra por el azaroso oficio de los políticos profesionales. He conocido otros casos como el suyo, incluso de eurodiputados transitorios. Los viejos partidos ya no se fían de este ganado. Todo lo que viene de la universidad les parece, y con razón, toreadísimo. Sin embargo, los penenes pueden dilatar su tránsito al funcionariado mangoneando pequeñas formaciones inestables, como sucedió en tiempos de aquella gran sopa de siglas que fue la política española del posfranquismo.
Así y todo, la referencia de Iglesias a Ucrania no se debería echar en saco roto. Hay cierta justicia poética en la conversión del Parlamento Europeo en una parodia del ucraniano, con sus partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, que ni siquiera se llaman partidos, sino Libertad, Patria, Puñetazo, Sector de Derechas, en Kiev, o Frente Nacional, Podemos, Autodefensa, etcétera, en Estrasburgo. Y esto ha pasado, en efecto, por jugar desde Bruselas (o Madrid) a primaveras naranjas o más bien membrillos, o sea, por pasarse de primaveras.
JON JUARISTI, ABC 01/06/14