Diego Carcedo-El Correo
- Tras una conversación entre Sánchez y el secretario general de la Alianza, Mark Rutte, el presidente alardeó el domingo de que estaba todo resuelto
Echando la vista cuarenta años atrás recordamos que no le fue fácil al PSOE darle la vuelta a sus promesas electorales para que una España aislada reaccionase ante las preocupaciones que en plena Guerra Fría despertaban la seguridad y la defensa, sumándose a la Alianza Atlántica. Desde ese momento ha sido un miembro serio y cumplidor de las exigencias que requería contribuir al mantenimiento de la paz, una paz tan añorada en aquellos tiempos marcados todavía por las dos grandes guerras mundiales y el temor a que las tensiones existentes desencadenasen una tercera.
Esas preocupaciones se fueron disipando durante varias décadas. El peligro parecía alejarse, con la excepción de algunas contiendas en los Balcanes o Irak. Pero fue por poco tiempo: hoy asistimos a la agresión del grande al chico entre Rusia y Ucrania y e la contienda de Gaza que con el paso de los días se ha extendido a la que ahora enfrenta a Israel con Irán y a la que ya se han sumado los Estados Unidos con un ataque aéreo histórico: 125 aviones, (entre ellos un B-2 y un MOP capaces de perforar la tierra más de cien metros) y un submarino. Todo un despliegue sin precedentes que hace temer una expansión al resto del Oriente Próximo.
Esta posibilidad estará muy presente en la cumbre que la OTAN que se celebra en estos días en Bruselas, marcada por la presencia por vez primera del imprevisible Donald Trump y con nuestro país como centro previsible de las discrepancias. El propio presidente norteamericano anticipó que tendría que «liderar contra España» después de matizar que «siempre ha pagado muy poco», y el que menos entre los treinta y dos aliados. En realidad, apenas ha aumentado su aportación al dos por ciento recientemente, muy por debajo del cinco por ciento exigido por los Estados Unidos, ante la necesidad de fortalecer la defensa de Europa.
Tras una conversación entre Sánchez y el secretario general de la Alianza, Mark Rutte, el presidente alardeó el domingo de que estaba todo resuelto, que la cuota española quedaría en un 2,1 por ciento mientras los restantes miembros de la Organización cotizarán el cinco. Apenas una verdad a medias que no tardaría en aclararse. Todo se explica partiendo de algo que ya era sabido: el incremento, la aportación inicial se irá incrementando hasta el cinco por ciento acordado y, por otra parte, no todo será en efectivo, contará también la inversión interna en el rearme necesario.
Este enrevesado acuerdo deja la imagen de España como un país insolidario y, lo que desde la Dictadura nunca había sido, diplomáticamente conflictivo. Las razones sin embargo son internas, la oposición populista de algunos partidos que apoyaron la investidura de Sánchez como presidente del Gobierno condicionan el precario apoyo parlamentario que le sustenta a que se niegue invertir en defensa y seguridad, la mayor preocupación actual en Europa. Para Sánchez y su entorno el futuro les trae sin cuidado igual la opinión de los ciudadanos. Lo que de verdad importa es seguir usufructuando el poder.