Ignacio Camacho-ABC
- El frenazo pragmático de franceses y alemanes ha dejado el engolado discurso verde de Sánchez con el cartón al aire
Todos los populismos tienden a pintar la realidad con los colores de sus propios prejuicios. El lienzo resultante suele quedar muy bonito pero por lo general carece de los elementos objetivos que definen la complejidad cromática del paisaje político, en el que las percepciones y los hechos ocupan planos distintos compuestos a base de tonos amalgamados y matices híbridos. Esta pintura efectista acaba provocando el desencanto ciudadano al comprobar que se trata de un retrato falso, un trampantojo destinado a engañar a los incautos con la sugestión ilusoria de un panorama desenfocado.
Algo así le está sucediendo al Gobierno de España, empeñado en dibujar el horizonte de una transición ecológica donde las energías renovables obrarán en un santiamén el milagro de una sociedad limpia de emisiones contaminantes. Y he aquí que de repente Francia y Alemania, las naciones piloto de ese viaje, han reprogramado los plazos del trayecto y forzado una moratoria para el gas y las energías nucleares, cuyo carácter estratégico pretenden proteger con etiquetas medioambientales. Se han dado cuenta de que el exceso de velocidad de la Agenda 2030 no sólo no sale gratis sino que puede provocar un serio desfase de competitividad frente a potencias -como China, Rusia o hasta Estados Unidos- poco entusiasmadas con la idea de ‘descarbonizarse’ e interesadas en lanzar a Europa por delante en un proceso de reconversión plagado de dificultades y de previsibles costes sociales graves. El frenazo pragmático de los liberales franceses y los socialdemócratas alemanes ha dejado el engolado discurso verde de Sánchez con el cartón al aire y de momento le ha obligado a aparcar una subida fiscal específica que iba a cargar sobre los sectores económicos más vulnerables.
El sanchismo ha quedado descolocado ante el giro de los más potentes socios europeos. Que no se para ahí porque italianos y germanos arrancan el año con programas de rebaja de impuestos mientras nuestro sedicente progresismo insiste en el camino inverso. La izquierda Frankenstein se está quedando sin ejemplos en los que referenciar su proyecto. Algo falla en su modelo cuando esos vecinos a los que nos queremos parecer pagan por la luz entre un 25 y un 40 por ciento menos y su carga tributaria no es mucho más alta que la nuestra siendo muy superiores sus sueldos medios. Y a pesar de ello son capaces de percatarse de que la sostenibilidad tiene un precio que aumenta -es decir, se vuelve insostenible- cuanto más se aceleran sus tiempos.
Ocurre que las banderas ideológicas y los mantras de moda pueden servir para encubrir durante un rato el fracaso igualitario, pero al cabo queda en evidencia que ese colorido pictórico es un artificio simulado, un truco visual para espectadores cándidos o predispuestos a ilusionarse con la apariencia del cuadro. Pero no es pintar como querer ni el verde sale barato.