ABC 27/08/13
JUAN PALAO HERRERO
«¿Ha existido alguna vez, una comunidad política o una provincia catalana, fuera de España? Cataluña en España obedece a una asociación históricamente comprobada»
EL presente ofrece el paisaje de las opiniones y de las decisiones sociales, que son como la huella que dejan las olas en la playa. La Historia, por el contrario, ofrece una imagen mucho más serena. Histórica y genéticamente, somos lo que hemos sido, el espíritu de la patria –la tierra de los padres– se encuentra en la historia y solo en ella.
Uno de los problemas políticos más graves de España es la contraposición de lo catalán y lo español, de Cataluña y España que, como todo problema social, parte de un problema cultural. Para comprenderlo, es necesario contestarse a dos preguntas: 1). ¿Seríamos españoles sin la contribución decisiva de Cataluña?. 2) ¿Ha existido alguna vez, una comunidad política o una provincia catalana, fuera de España? Las dos tienen la misma respuesta. Vamos abordar la primera.
Roma creó la Hispania romana en Cataluña, celebrando con los cartagineses el Tratado del Ebro del año 226 a.C. Como ha señalado Sánchez-Albornoz, «Roma hizo a Hispania desde la zona catalana de la Tarraconense». «Durante los largos siglos de señorío de Roma, fue desde ella y por su intermedio, como se articuló la unidad española».
Durante la primera mitad del siglo V d.C., cuando Geroncio retiró las guarniciones que custodiaban los pasos de los Pirineos y sacó a la Legión VII fuera de Hispania, la Tarraconense fue la última provincia romana que pagó impuestos para mantener la recluta del ejército profesional romano, la última que cayó en poder de los bárbaros y la que los hubiera expulsado, en el año 422, de no haber sido por la traición de los foederati visigodos.
Los siete condados catalanes de Barcelona, Urgell, Besalú, Cerdaña, Empuriés, Rosellón y Pallars surgieron como consecuencia de la derrota de los musulmanes por Carlos Martel, cerca de Poitiers, en 732, permitiendo a los provenzales, occitanos y catalanes bajar de sus refugios en las montañas; como todos los pueblos fronterizos del imperio carolingio eran «protonaciones fieramente independientes, tan culturalmente distintas de los carolingios, que correspondía a lo más íntimo de su naturaleza resistir a la incorporación». Son pues, otro episodio de la Reconquista, como los reinos de Asturias, Navarra, Castilla y Aragón.
Ramón Berenguer IV, el primer rey de la monarquía catalano-aragonesa, se declaró vasallo de Alfonso VII de Castilla, le acompañó en la conquista de Almería y celebró con él el Tratado de Tudillén para la Reconquista. Sus sucesores colaboraron con los reyes de Castilla en la conquista de Cuenca y, a pesar de sufrir el acoso de Alfonso VIII de Castilla, cuando éste sufrió la terrible derrota de Alarcos en 1194, Pedro I acudió a Jaén, junto con Sancho VII de Navarra, derrotando el ejército conjunto a los almohades, el 16 de julio de 1222, en la batalla de Las Navas de Tolosa. Una semana después, el ejército de Pedro I se apoderó incluso de Úbeda, lo que dio al rey catalano-aragonés un gran prestigio.
Murió Pedro, el año siguiente, combatiendo contra los cruzados franceses en el campo de batalla de Muret y, pese a las crónicas envidiosas que achacaban al ansia de botín la intervención catalana, dice su hijo Jaime en el Llibre dels feyts que su padre era: «buen caballero, experto en armas, como ninguno en el mundo» y «el rey más afable, más cortés y más generoso… hasta tal punto era desprendido que sus rentas y tierras disminuían» y que «al llegar Nos a Monzón, no había alimentos ni para un día».
Según el Tratado de Almizra, de 26 de marzo de 1244, el reino de Murcia formaba parte de la conquista de Castilla, y como el rey de Castilla debía hacer frente a una invasión de los berimerines de Marruecos llamados por el Rey de Granada, don Jaime conquistó el reino de Murcia en el invierno de 1265-1266 y se lo entregó a D. Alfonso. Y cuando, el 20 de marzo de 1273, don Jaime tuvo que justificarse, escribe que ha marchado «contra los sarracenos y los pérfidos cristianos que se han aliado con el rey de Granada»; «en ayuda del rey de Castilla, que su tierra tenemos por nuestra, porque nuestros nietos la heredarán», añade en 1274.
En 1285, cuando Felipe III de Francia invadió Cataluña, fue inapelablemente derrotado, en Cataluña y en Italia, por Pedro II, hijo de don Jaime, cerrando las puertas de España.
Cuando la monarquía catalano-aragonesa se extinguió, el veredicto derivado del compromiso de Caspe, nombró a Fernando de Antequera, regente de Castilla, rey de Aragón y Cataluña, y aunque el veredicto se «facilitó» con algunos manejos, la confederación catalano-aragonesa lo aceptó en general.
Desposeído Juan II de Cataluña, las clases dirigentes buscaron un sustituto, en primer lugar, en la persona de Enrique IV de Castilla.
El último monarca nacido en Aragón de la dinastía de los Trastamara, Fernando I, unió Castilla con Cataluña y Aragón; para ello conquistó Navarra, acabo la empresa centenaria castellano-aragonesa de la conquista de Granada y recuperó el Rosellón y la Cerdaña –perdidos en el «experimento» de 1640–, creando España. Por eso, Cataluña en España obedece a una asociación históricamente comprobada.