Antonio Casado-El Confidencial
- ¿Nadie va a explicar por qué los eurodiputados del PSOE unieron sus votos a los de la ultraderecha este jueves?
Dos barandillas de Sánchez en su camino por el año electoral recién estrenado. Una, el llamado «escudo social» (reducción IVA en productos de primera necesidad, SMI, ayuda a familias, subida de pensiones, etc.). Otra, el cultivo de su imagen internacional. Convierto lo segundo en hilo conductor de este comentario sobre política doméstica. La paradoja viene dada porque los asuntos de casa persiguen al presidente, se cuelan en su agenda internacional y tienden a deslucirla.
Fue la historia de la semana. En la cita de los poderosos del mundo (Davos, 2023), Sánchez bajó al barro a cuenta del fallido protocolo antiabortista en una de las diecisiete Comunidades Autónomas del Reino de España. El Parlamento Europeo dedicó el tema de actualidad a la situación del Estado de Derecho en nuestro país (el PP acusó a Sánchez de provocar una «preocupante deriva antidemocrática»). Y el llamado conflicto catalán barrió mediáticamente a los acuerdos de cooperación hispanofrancesa de la cumbre de Barcelona.
Sigo en clave nacional. Si la fractura del nacionalismo es un efecto positivo de la hospitalidad del BOE con las pretensiones de los independentistas (doctrina Moncloa) al Gobierno le ha salido de cine la operación. Con el jacobino Enmanuel Macron por testigo, el independentismo hizo un ridículo internacional. Se escenificó la absurda carrera de sacos hacia ninguna parte de sus dos grandes familias. Y la pueblerina actuación de los dirigentes de ERC, que respondieron a la tesis del amigo Sánchez («El proceso ha terminado») con un comportamiento esquizofrénico: Aragonés de anfitrión discontinuo y Junqueras en una algarada independentistas de la que salió escaldado.
El presidente no dejó de usar el marco hispanofrancés para dar lecciones de apego a la Constitución y la unidad de España, entre quienes vociferaban el jueves en Barcelona por una república catalana «con las coordenadas caducadas» y quienes lo harán hoy en Madrid «por España, la democracia y la Constitución». Ambos en nombre de la patria. Tramposa pretensión de equidistancia que le puede quemar la mano de firmar decretos, pues es verificable su mayor cercanía a los de Barcelona que a los de Madrid. Justo después de conjurarse con Macron en la necesidad de no abrir las puertas de los gobiernos a esa ultraderecha que hoy se manifiesta en la plaza de la Cibeles junto a otros grupos de la derecha (no convocan los partidos, sino un conjunto de asociaciones de ideología conservadora).
Si la fractura del nacionalismo es un efecto positivo de la hospitalidad del BOE, al Gobierno le ha salido de cine la operación
En este punto me temo que Sánchez no eligió el mejor momento para estigmatizar a la ultraderecha y a quienes la cortejan, como el PP. Lo digo porque, más o menos a la misma hora, los eurodiputados del PSOE estaban uniendo sus votos a los aliados de García Gallardo y Santiago Abascal en la Eurocámara para frenar una resolución contra Marruecos por no respetar los derechos humanos y por presunta implicación en la trama de sobornos conocida como el Catargate.
La resolución salió adelante (356 síes frente a los 32 «noes» de socialistas y ultras), porque había sido pactada por los grandes grupos de la Cámara. Pero los eurodiputados socialistas españoles (excepto Iratxe García, portavoz del grupo socialista del PE) se saltaron el pacto y —supongo que con la nariz tapada— sumaron sus votos a los de la ultraderecha, incluida la francesa liderada por Marine Le Pen.
Me quedo hablando solo, después de preguntarme si Sánchez lo explicará, si se fustigará a sí mismo por votar con la extrema derecha y no molestar a Marruecos en vísperas de la cumbre bilateral, o se aplicará el cuento de los ataques al PP por su acercamiento a Vox. Quedamos a la espera.