ABC 25/01/15
JON JUARISTI
· Lo inexplicable de los monederos es que se escandalicen de que el enemigo les pague con su misma moneda
EN virtud de un pacto tácito entre las derechas vencedoras y las izquierdas derrotadas en las convulsiones de hace medio siglo –lo que se dio en llamar el 68–, los cuadros de los grupúsculos revolucionarios se apoderaron de la mayor parte de los departamentos humanísticos de las universidades públicas. Sus supervivientes son ya escasos, pero algunos quedan. El pasado año murió Daniel Bensaid, uno de los líderes trosquistas del mayo francés y profesor universitario. La figura más conocida del neocomunismo en Francia y probablemente en toda Europa, el filósofo Alain Badiou, antiguo maoísta del 68, es también profesor de universidad, como lo son en España dos de los mentores de
Podemos, Jorge Verstrynge y Jaime Pastor. El primero de ellos no tuvo una juventud izquierdista, pero existió también un 68 nacional-bolchevique, y a Verstrynge se le podría adscribir con toda justicia a esa tendencia. El pasado domingo, en entrevista concedida a este periódico, el antiguo secretario general de Alianza Popular reconocía haber renunciado a desempeñar un papel activo dentro de Podemos para evitar un choque directo con los trosquistas, que lo tachan todavía de rojipardo. Sin nombrarlo, se refería a Jaime Pastor, éste sí, una auténtica reliquia universitaria de la extrema izquierda.
Es indudable que los profesores izquierdistas de las universidades públicas fomentaron lo que con un eufemismo denominaríamos malas prácticas, pero en honor a la verdad no se las inventaron: buena parte de los catedráticos del franquismo habían accedido a sus plazas mediante oposiciones amañadas e incluso «exámenes patrióticos», y manejaban a su antojo y en su provecho y el de sus camarillas los presupuestos públicos. Pero la entrada masiva de los jóvenes profesores de izquierda no supuso una catarsis moral de la institución ni mucho menos. De ahí que cuando oigo hablar de regeneración a políticos salidos de la universidad me entre la risa floja.
En cualquier caso, las corruptelas del profesorado son ridículas si se comparan con las de la clase gobernante. Lo que no significa que deban ser toleradas. Ahora bien, destapar compulsivamente los tejemanejes económicos de monederos y errejones llevará a una proliferación de denuncias miméticas dentro de sus mismos departamentos o en otros, lo que no está mal en principio, porque es sanísimo que la podre aflore. No obstante, y teniendo en cuenta que en ninguna parte como en la universidad pública se verifica la máxima evangélica de que «los enemigos del hombre serán los de su propia casa» (como Verstrynge y Pastor, sin ir más lejos), la escalada de denuncias provocará en poco tiempo un colapso de dimensiones suficientes para cargarse una institución ya extremamente deteriorada.
Un sociólogo de la ciencia, socialista por más señas y, sobra decirlo, profesor universitario, diagnosticó hace veinte años que la tangentópolis del felipismo derivaba fatalmente de la abundancia de cargos políticos de clase media baja procedentes del penenato. Los cuadros obreros no tenían tanta prisa como los penenes por labrarse un futuro con el dinero de la iniquidad. Lo único que ha cambiado desde entonces es que ya no te puedes fiar ni de los sindicalistas de acero blindado. Por eso, ante los absentismos de los errejones y los pelotazos bolivarianos de los monederos falsos o auténticos, me resulta difícil pasar de la resignación sarcástica al escándalo. Sin embargo, me pasma que ellos se quejen de que la casta toque a degüello con tal fausto motivo, porque lo han venido demandando a grito pelado. ¿De qué se extrañan, pues? Si tratas de chorizos a todo el vecindario, ¿cómo puedes esperar que te perdonen el mínimo pufo?