Gregorio Morán-Vozpópuli

La pregunta que gritaba el terrorista cuando entró en el Liceo de Arrás para apuñalar al primer profesor que se encontrara se reducía a saber de qué daba clase. Él quería a alguien que impartiera la asignatura de historia, Historia-Geografía como se suele denominar en el bachillerato. Así pilló a Dominique Bernard y lo cosió a puñaladas Mohamed Mogouchkov, islamista de procedencia chechena. Hacía tres años justos que le sucedía lo mismo a Samuel Paty esta vez en el sur de Francia, apuñalado por un padre al que incitó su hija, una descerebrada que se inventó una historia de desnudos y caricaturas de Mahoma para encubrir su desprecio por la enseñanza en general y por su profesor en particular. Los dos asesinos alcanzaron la inapelable categoría de terroristas por gritar tras cometer su hazaña, “Allah-akbar”. Las víctimas además de historia-geo eran los encargados de impartir “Comportamiento Cívico”.

Por más que sea minoritaria entre los millones de emigrantes de religión islámica la influencia del terrorismo yihadista resulta socialmente letal y quiere poner en cuestión una de las conquistas más notables de la civilización: la libertad de expresión. Después de siglos matándonos por los dioses y sus supuestos mandatos habíamos llegado a duras penas a que los representantes oficiales de las religiones atenuaran su poder y se fueran reduciendo a la intimidad de las creencias, no sin muchos agujeros provocados por ese fantasma de las costumbres que aparece cuando se manifiestan los intereses más inmediatos y salen a la palestra las tradiciones.

Tocar las tradiciones es trabajar con material inflamable y hemos entrado en una época en la que existe un sentir generalizado en que las tradiciones de los poderosos son despreciables pero las tradiciones de las clases subalternas, que es como se denomina académicamente a los pobres de todo pelaje, ésas deben ser intocables. Conocí en Bolivia y Perú una izquierda radical y supuestamente transformadora que reivindicaba las creencias tradicionales en la Pacha Mama (Madre Tierra) de una manera tan reverente y dogmática que para sí quisieran los Testigos de Jehová. Es un ejemplo, pero podría traer otros. Aún hoy me parece inexplicable que un pensador reactivo al autoritarismo como Michel Foucault se convirtiera en servil y adocenado seguidor del Imán Jomeiny y que viajara a Irán entusiasmado sin percatarse que sólo por su condición de homosexual, por lo demás exhibicionista con su moto de gran cilindrada buscando chaperos por Pigalle, estaba tan condenado a la pena capital como Salman Rushdie por un quítame de ahí ese Profeta ofendido. Que la extrema derecha europea sea putiniana tiene su lógica, que la extrema izquierda se haga yihadista parece una profecía autocumplida.

Quizá nos neguemos a reconocer que vivimos tiempos reaccionarios y que el crecimiento de los grupos de extrema derecha no es más que un reflejo, un epifenómeno de retrocesos más profundos. Hay que tener una mente tan achicada como Ronald Reagan y su entorno, para tragarse el fantasmagórico “imperio del mal”, porque lo inevitable del invento está en que implícitamente estamos hablando del otro imperio, el nuestro, que por definición es el “imperio del bien”, al que por pudor no se cita. Sería descacharrante explicar cómo se pasa de un imperio a otro a golpe de clic, equivalente a una decisión imperial.

En definitiva, estamos todos inmersos en los imperios que otros deciden. Y entonces vienen las guerras y nos pillan en la hora tonta de mirarnos en el espejo

Ha nacido a partir de nuestra propia Inteligencia Artificial, el elemento más vulnerable del pensamiento, un nuevo imperio en el que estamos inmersos sin apenas darnos cuenta. El Imperio de las Identidades lo abarca todo, desde los estados y las naciones, hasta el ámbito de lo reservado; la sagrada privacidad, que es quizá la que más respeto merece. Identidades lingüísticas, de género, sexuales…incluso la cocina se mece en las gastronomías identitarias.

Las guerras que nos asolan son inseparables de las identidades, aunque sólo sean como argumento para defenderse, cosa que como dicta la experiencia es una forma de atacar al enemigo. Vivimos al tiempo dos guerras que parecen simétricas pero que debemos hacer como que no nos damos cuenta. Rusia invade Ucrania, desde siempre protectorado de la Unión Soviética y del zarismo, y alega razones defensivas para atacar. Nuestra posición debe ser inequívoca en la defensa de un pueblo avasallado y ansioso de una democracia que no conoció nunca y que podría alcanzar a un precio tan oneroso en vidas y dineros que dejarán huellas imborrables que condicionarán su futuro.

Ahí era nada la invasión de Ucrania cuando Hamas declara la guerra en la frontera de Gaza al país más preparado para el combate de toda la región. Israel es desde su creación un país en guerra y especializado históricamente en operaciones terroristas. El atentado israelita al Hotel Rey David -92 muertos- fue hito en la historia del terrorismo internacional y ayudó a la creación del estado en 1948; incluso el responsable del comando, Menajem Begin, llegó a ser primer ministro. La invasión por Hamas de territorio ocupado por Israel a los palestinos va a tener secuelas que van bastante más allá de lo imaginable. Apenas acaba de empezar.

Lo único incontestable es que se trata de una guerra en todos los frentes y el internacional no es precisamente el menos importante. Para iniciar una guerra hay que planificarla antes. Lo de las consecuencias viene después y ahí ya entran muchas variables. La primera es el estado de la cuestión a día de hoy -que ya no valdrá para mañana-. La cuestión palestina se ha visibilizado y del modo más sangriento. Han matado y secuestrado a 200, pero les ha servido para hacer saber a la opinión pública que hay 6.000 presos palestinos en las cárceles de Israel. Seis mil son muchos, ¿no? Lo singular de esta guerra es que ha sido declarada conscientes de que la van a perder. Que Gaza será arrasada y Cisjordania poco menos, y lo que queda de la población palestina, sobrecargada de niños, tendrá un final trágico, a saber de qué forma.

Los profesores de historia-geografía va a ser el colectivo más amedrantado entre los que educan a nuestros hijos y nietos. Los teócratas asesinos irán a por ellos porque aspiran a ejercer de cronistas de una realidad sin identidades. Ahora que el mercado está lleno de guerreros de la pluma que se desmelenan en territorios a salvo, conviene recordar que cuando hablan las armas, nosotros a lo más que llegamos es a exhibir un tirachinas. Adjuntos a los profes de historia-geo.