EL CORREO 13/06/14
ALBERTO AYALA
· De la batalla sucesoria en el PSOE conocemos nombres e intrigas, pero no lo esencial: su oferta
Los procesos de sucesión en el liderazgo del PSOE casi siempre han resultado turbulentos. Lo fueron en la Segunda República. Y también en los albores de la Transición, cuando los socialistas del interior de Felipe González rompieron con los veteranos del exilio de Rodolfo Llopis.
En democracia, el socialismo español sí conoció un relevo tranquilo, el de González por Joaquín Almunia. Fue algo así como una anomalía histórica. José Luis Rodríguez Zapatero, en 2000, y Alfredo Pérez Rubalcaba, en 2012, se impusieron a José Bono y Carme Chacón, respectivamente, en sendos cónclaves a cara de perro que se sustanciaron al final por un suspiro de votos.
Hoy se cierra el plazo de presentación de precandidatos al liderazgo socialista que ha dejado vacante ese prototipo de ministro de Estado que se llama Rubalcaba tras el histórico batacazo del 25-M. Resultaría temerario vaticinar el final de una historia que está por escribir y que en esta ocasión, por primera vez, va a ser cosa de toda la militancia y no solo de unos cientos de delegados controlables por los aparatos.
De momento sabemos que hay cuatro nombres, cuatro socialistas, que quieren ser. Uno parece partir con notable ventaja sobre el resto, al menos por currículo: el vasco Eduardo Madina. Otro, el madrileño Pedro Sánchez, exhibe telegenia, amistades importantes como Pepiño Blanco y no
faltan voces que dicen que su gran baza puede ser su capacidad para captar el apoyo de quienes (¿como Susana Díaz?) no tragan al vasco.
La carrera la completan dos aparentes ‘outsiders’. El filósofo José Antonio Pérez Tapia, líder de Izquierda Socialista, la corriente más radical del partido. Y el jovencísimo Alberto Sotillos, 28 años, también madrileño, hijo del exportavoz de Felipe González, del que es ‘vox pópuli’ que echa pestes de Pérez Rubalcaba en las redes sociales y que es cien por cien republicano.
Que Madina sea el tapado o el no tan tapado de una parte del aparato es una posibilidad. Lo cierto es que lleva años de cargo en cargo junto o en el actual núcleo dirigente del partido, y que en este momento es el secretario general del grupo parlamentario.
De lo que no hay duda es de que fue él quien pidió –y rápidamente logró– que sea toda la militancia la que elija al próximo líder del PSOE. De que es el ‘culpable’ de que la andaluza Susana Díaz haya hecho mutis por el foro al constatar que el vizcaíno –por quien no profesa precisamente admiración– aguantaba las presiones para hacerse a un lado. Vamos, que no iba a ocurrrir como en Andalucía y que si jugaba podía perder. Y de que hay un apoyo que se le resiste: el de un Patxi López que sí apostó por Díaz, que no ha querido pugnar contra él como le han pedido algunos histópricos cuando se ha caído la opción de la andaluza, pero que por ahora no le ha dado su respaldo.
Es decir, que sabemos mucho de caras, a la espera de si hoy surge alguna sorpresa final. Algo de las intrigas cuasi palaciegas que caracterizan los cónclaves congresuales de los partidos en general, y de los socialistas en particular. Pero poco, por no decir nada, de lo sustancial: de programas y de equipos.
En pleno siglo XXI, sin un rostro que dé no se ganan unas elecciones. Pero sin contenido y sin equipo los castillos de naipes se vienen abajo más pronto que tarde. El PSOE solo tiene que echar la vista atrás y analizar el ciclo Zapatero al completo y ver de dónde arrancan sus actuales males.
Militantes, ciudadanos y desde luego periodistas somos desde ya todo ojos y oídos para constatar con qué y con quienes pretenden los hoy precandidatos poner fin a la travesía del desierto socialista. Con qué compromisos y con qué personas quieren recuperar a los millones de votantes perdidos para volver a ser alternativa de gobierno al PP y no un simple apéndice de una gran coalición. Con qué evitar convertirse en otro Pasok, el histórico partido socialista griego que hace pocos años estaba en el 46% de los votos y hoy no pasa del 8%.