- Algunos pretenden introducir a Feijóo en una infranqueable urna, protegido del ruido y de la crítica
Antes del sanchismo y del ‘no es no’, las prohibiciones fastidiaban, con ese sabor a recuelo añejo, a tazón de leche con pan duro, a película de Patino. La Transición era una dama exquisita con mirada desafiante y pintalabios rojo, que abrió ventanas y sacudió intemperancias. Llamaban por eso la atención algunas muestras de autoritarismo municipal, como aquellos carteles emplazados en la plataforma del bus que rezaban «Prohibido hablar con el conductor», junto a los que sólo faltaba la foto de Manolo guardia urbano y Pepe Isbert con la gorra de taxista.
En la nueva Génova no prohíben hablar con el conductor, que acaba de aterrizar en el puesto de mando y apenas ha tenido tiempo de situarse al volante del artefacto. Aconsejan, eso sí, no hablar demasiado ‘del’ conductor, es decir, sugieren que corra el aire y que no se le agobie. No invocan los cien días de gracia pero sí enarbolan cien días de tregua. Más aún, las cotorras más indentificadas con la causa popular se afanan en expandir la idea de que hay que dejar en paz a Núñez Feijóo porque él ya sabe lo que se tiene que hacer y que todo aquel con ganas de ofrecer consejos mejor que se los guarde donde estime ‘oportuno y conveniente’, como diría su desganado predecesor.
Esta improvisada guardia de corps del nuevo mandamás gallego se muestra muy beligerante frente a todo aquel que ose lanzar alguna opinión sobre el sendero que ha de abordar la formación de la derecha en esta definitiva etapa en la que ahora entramos. A tales guardianes de la fe verdadera del centroderecha del PP se les escucha beligerantes frente al micro, se les lee guerreros en los tuits, se les adivina peleones en los platós, empeñados en cubrirle los flancos a Feijóo, como si se tratara de un político inexperto y pietierno que acaba de poner un pie en el árido territorio de la política y precisara de tales cuidados. Recuerdan, en este sentido, la abrumadora tabarra de avisos con lo que se mareaba a Mariano Rajoy cuando nos iban a rescatar los hombres de negro o cuando nos iban a despiezar los golpistas catalanes. El anterior presidente escuchaba aquellos consejos con la indolencia con la que Maigret despachaba a la banda de Pietr el letón.
Se piensan capaces de poner y quitar gobiernos y hasta de decidir el color de la corbata con la que el jefe del Ejecutivo debe prensentarse a una moción de censura
De igual forma, tratan de proteger a Feijóo como si fuera una figurilla de cristal, una porcelana frágil, capaz de quebrarse con la primera crítica o de desintegrarse al segundo reproche. Quizás no lo conocen bien o, simplemente, se empeñan en transitar la vía menos adecuada para hacer méritos. Esa que tan sólo el simpar López Vázquez, en Atraco a las tres, era capaz de consumar con insuperable maestría: «Un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo…». Cierto es que hay algunos gallitos de la opinión pública que, sin que nadie se lo solicite, se empeñan en dictar instrucciones a distro y siniestro, en exhibir consejas sin prudencia ni mesura, se piensan capaces de poner y quitar gobiernos y hasta de decidir el color con el que ha de vestirse el Papa. Siempre ha sido así. De modo que esa agobiante sobreprotección que ahora se cierne sobre el recién llegado de Santiago suena algo estidente y casi extraterrestre.
En especial porque Feijóo no la necesita. Antes al contrario. En tan sólo dos movimientos ha sido capaz no sólo de atraerse el foco y despertar la atención del tablero político sino que sus decididos gestos han recibido el aplauso de la demoscopia. Aprobó el gobierno con Vox en Castilla y León (evitó su presencia en Valladolid el día de autos para prevenir algún síncope) y ha acaparado la agenda del debate politico con su propuesta de rebaja fiscal, en la línea de lo que impulsó Isabel Diaz Ayuso en Madrid con un éxito más que notable. Sin incurrir en la demagogia vocinglera de los morados de , sin caer en la sensiblería trapacera de la máquina de ficción moclovita, Feijóo ha sabido recurrir a dos expresiones muy adecuadas para acompañar su propuesta fiscal: «Impuesto de los pobres», o sea la inflación, y «es que no tiene corazón», o sea, la actitud despreciativa de Sánchez hacia quienes realmente lo pasan mal. Clases medias, autónomos y asalariados. Este es el núcleo duro de la gente hacia la que se dirige la nueva dirección del PP.
Su lugarteniente económico, el muy hábil y eficaz Juan Bravo, consejero de Economía andaluz, acaba de resumir la propuesta económica del partido de la oposición. Unos puntos muy sencillos: Rebajas del IRPF, IVA e Impuestos Especiales de hasta 10.000 millones para rentas bajas y destinar 4.700 millones del Plan de Recuperación para rebajas fiscales a la energía. Todo el mundo lo entiende. Algo que, de entrada, se estima necesario y de lo que Sánchez jamás habla porque tiene aversión a la rebaja fiscal. Esto es lo que pregona Feijóo.
El debate en su interna se centra ahora en qué votar la semana próxima cuando el Ejecutivo presente su plan de ayuda para hacer frente a los efectos de ‘la guerra de Putin’. Los tranquilos apuestan por la abstención, a cambio de algún guiño de Moncloa. «Hay que distanciarse del radicalismo de Casado», apuntan. «Nosotros somos un partido de Gobierno, partido de Estado», recitan. Los más halcones rechazan cualquier complacencia y se oponen de frente. «Con ese tipo Frankenstein, ni a la esquina; cuidado que ahí sigue Vox», recuerdan. Llueven los consejos, las apuestas, las presiones. De ahí la estrategia de los sacristanes de prohibido acercarse al conductor
Sin escaño en el Congreso y con muy reducida presencia pública, es ahora cuando más precisa hacerse con una resonancia mediática desde la palestra de Madrid
En una sentada, ha pacificado los líos intramuros, ha frenado la caída libre de sus siglas, ha reverdecido la esperanza del centroderecha y ha encoraginado al líder socialista que ya detecta a un severo enemigo sobre la cancha. De ahí sus aspavientos en Ucrania, su alejamiento del tóxico Podemos, sus guiños de ‘centroizquierda’ hacia Yolanda Díaz, ejemplar puro del comunismo charlatán, y su decidida voluntad de aguantar la legislatura hasta el final. Algo que no está en sus manos. Bruselas y Berlín, subida de tipos mediante, tienen la palabra. Ríndete, Sánchez, estás cercado.
Yerran esos lacayitos que tararean desde Génova esas consignas protectoras de su líder. En especial, porque sin escaño en el Congreso y con muy reducida presencia pública, es ahora cuando más precisa hacerse con una resonancia mediática desde la palestra de Madrid. Prohibido hablar con el conductor, sea. Pero si prohíben hablar de él, si lo sepultan, lo hacen desaparecer. «El bien supremo consiste en la tranquilidad del alma y del cuerpo», advertía Epicteto. Tranquilo sí, pero no entoñado en una urna, antesala de la extinción. Eso es lo que hace Sánchez y así le va, rumbo imparable a su crepúsculo.