ABC-LUIS VENTOSO

Costará perdonarle a Sánchez que esté azuzando el odio entre españoles

NACÍ en 1964. Tuve un abuelo al que enrolaron con los nacionales («pasé la guerra pelando patatas») y otro que estuvo preso por el franquismo y salió libre por intermediación del cura de su aldea. Mi padre era antifranquista y de niños rara era la comida sin su mantra favorito: «Aquí deberíamos tener una democracia parlamentaria, como en Inglaterra». Lo cual nos sonaba a etrusco. Como tantos españoles, con los años me he ido haciendo mi modesta y particular composición de lo que fueron la República y el franquismo. Muy resumido:

La República nace en abril de 1931 como un sueño bienintencionado de poner al día el reloj de España. Pero como ha señalado Cortázar, «intentó avanzar mucho en poco tiempo». Y como añade Tusell, «era una democracia poco democrática». La República no fue ese éxito y Olimpo de legalidad que proclama una burramia podemita que toca de oídas. Fue un régimen fallido, que derivó en un modelo no democrático, pues excluía a los partidos conservadores y perseguía a la arraigadísima Iglesia católica con saña (y al final con muerte). En 1934, los socialistas fomentan una insurrección «revolucionaria», con Largo animando a «esterilizar al adversario». Tras la victoria poco limpia del Frente Popular de 1936, la República ya no es capaz de proteger la propiedad privada, ni las vidas de los derechistas. En realidad era una República sin republicanos, pues la CEDA tampoco creía en ella. Cuando se desmoronan el orden público y la economía, estalla una guerra civil entre revolucionarios –que quieren imponer una dictadura socialista– y contrarrevolucionarios tradicionalistas, con Franco al frente.

El franquismo gana y evita que España degenere en una tiranía comunista. Pero instaura su propio régimen opresivo, dictatorial en sus primeros años y más tarde autoritario. Ningún bando olía a colonia. Ambos practicaron el asesinato cruel del adversario. Hordas de izquierdas firmaron la mayor matanza de clérigos católicos en la Europa del siglo XX. La represión de Franco fue también atroz. Para percibir lo ridículo y abusivo del franquismo basta con leer el inicio de la Ley de Sucesión de 1947: «La Jefatura del Estado corresponde, con carácter vitalicio, al Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los Ejércitos, don Francisco Franco Bahamonde». Franco, que hizo algunas cosas buenas, como la dinamización desarrollista, se eternizó en el cargo, castigando así al país, pues lo privó del tónico vivificante del debate libre y la economía abierta.

Todos esos horrores fratricidas tuvieron un telón feliz con el maravilloso acto de concordia y perdón mutuo de la Transición. Hoy, otro presidente que manda sin haber sido votado por los españoles quiere dinamitar aquel pacto, azuzando el cainismo como cortina de humo de su inanidad. Desenterrar a Franco es anecdótico. Lo gravísimo es que un ególatra oportunista eche sal en cicatrices de hace 40 años solo para hacerse propaganda.

(PD: si continuamos bajo la impostura de Sánchez, artículos como este estarán penados por no adaptarse a la Verdad Única de la Memoria Histórica. Prohibido pensar).