J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO – 14/09/14
· El comentarista de un partido de baloncesto se limitó a expresar el deseo que sentía, al ver las evoluciones graciosas de unas mujeres, de pasar una noche loca con ellas. No dijo que fuera a imponer ese deseo.
Parece ser, según relatan los medios, que el comentarista de un partido de baloncesto se dejó llevar recientemente por su entusiasmo ante la actuación de las animadoras del encuentro y lanzó al espacio público la expresión verbal del deseo, con toda naturalidad de tipo sexual, que le suscitaban: «¡Quién pudiera pasar una noche loca con ellas!», dicen que dijo. Y también parece que, de inmediato, surgió rauda la acusación de machismo (¿micromachismo?) y de provocación indirecta a la violencia contra las mujeres, crítica que llevó al comentarista a dimitir y pedir perdón por sus palabras.
Lo de menos es el hecho en sí, lo interesante es destacar que nuestra sociedad está siendo invadida por un nuevo género de puritanismo, un neopuritanismo que pretende dictar normas sobre los deseos mismos del ser humano, sobre su derecho mismo a tener y expresar unos deseos en materia sexual. En definitiva, por una ‘política sobre los deseos’ que declara que unos son legítimos y tolerables mientras que otros no pueden ser siquiera pensados. O que deben ser ocultados so pena de escándalo moralista. Y no olvidemos que el escándalo es el arma principal de censura social.
Es importante no perder de vista lo que dijo, y lo que no dijo, el comentarista de marras. Y también por qué lo dijo. Se limitó a expresar el deseo que sentía, al ver las evoluciones graciosas de unas mujeres, de pasar una noche loca con ellas. No dijo en absoluto que estuviera deseando recurrir a la violencia, o a la fuerza, o al dinero, para imponer ese deseo a sus destinatarias. No dijo que deseaba pasar por encima de su voluntad, ni forzarlas a nada. Sólo dijo que deseaba experimentar una noche de diversión con ellas. Y, además, dato importante, ese deseo súbito que le invadió vino provocado por la exhibición de los cuerpos y la gracia de esas mujeres, invasión que constituye un proceso bastante normal en la naturaleza humana y, a no ser que queramos incurrir en una hipocresía notable, es precisamente lo que busca el espectáculo que protagonizan en la cancha: provocar el entusiasmo a través de la atención sexual de los espectadores.
Expresar un deseo no puede confundirse con su realización, ni menos con su realización violenta, salvo en un pensamiento represor puritano que confunde el deseo con el acto. Expresar públicamente un deseo de naturaleza claramente sexual puede estar reñido con la buena educación (con lo que se entendía antaño por buena educación) pero para nada constituye un supuesto de machismo sospechoso de ser prolegómeno de un fenómeno de violencia contra la mujer. Casi todos los seres humanos de género masculino experimentan deseos sexuales (como los del otro género), incluso los verbalizan en esta época de canalización del sexo, y no por ello incurren en ningún tipo de violencia de género. Confundir el deseo y su planeación violenta es pura superstición.
Claro que aquí se produce una situación que el filosofo Manuel Cruz denunciaba hace pocos años aunque se refiriese a la pederastia: que en cualquier debate en torno a la sexualidad en nuestra sociedad, la referencia al ‘machismo’ o la ‘violencia de género’ se ha convertido en un recurso análogo al que desempeña la referencia a Auschwitz en las discusiones éticas. A saber, el de convertirse en un eficacísimo ‘tapabocas’ que, con su permanente apelación a la increíble brutalidad de aquel horror, bloquea y cortocircuita la posibilidad misma de discutir y coloca por añadidura a quien discute en la desagradable posición de ser sospechoso de tibieza ante el espanto, cuando no de complicidad con él.
Lo que quiero decir es que entre el deseo de pasar una noche loca con unas mujeres que se exhiben, con todo derecho, para provocar ese tipo de atención o interés y el acto de realizar alguna clase de violencia machista existe la misma relación que la que se da entre el deseo de seguridad económica plasmada en un buen sueldo y el acto de robar. Sencillamente, que una cosa no lleva a la otra. El deseo sexual es universal, pero los hombres no son todos, ni mucho menos, violadores en serie. Porque para ser violador o violento con la mujer deben ocurrir en ese ser humano otras muchas cosas que ninguna relación guardan con la sexualidad básica y sí mucho con la dominación y la humillación.
Bien está denunciar como rasgo defectuoso de la sociedad cualquier atisbo de dominación o humillación fundado en la cualidad sexual de los sujetos implicados, sobre todo en la forma machista en que culturalmente predomina. Pero sentir deseos sexuales, e incluso decirlo públicamente ante situaciones de incitación también públicas, no es dominación ni humillación. Todo lo más, es falta de educación. Y perseguir con el escarnio público a quien expresa esos deseos, tildándolo de sospechoso de perversiones peligrosas o de alentar la violencia de género, no es sino represión. Políticamente correcta, claro. Por eso nos callamos todos.
J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO – 14/09/14