Pronósticos

JOSÉ FÉLIX PÉREZ-ORIVE CARCELLER – ABC – 22/06/16

· La pasada Legislatura del Cambio fue un ensayo, con trajes, rastas y algún biberón, de lo que habría podido ser un gobierno a la valenciana, a la bolivariana o a la “garibaldina”. Y ofreció una lección: cambiar no es mejorar, menos aún innovar o investigar. De hecho, las ratios económicas en ascenso se estabilizaron y las ratios que conciliaban el progreso con la cordura se fueron al garete.

¿Qué ocurrirá con las alianzas después de las próximas elecciones? Para formular una respuesta, después de lo visto en la campaña, deberíamos distinguir entre pronósticos y profecías.

Profetizar es anticipar un futuro caprichoso, gracias a un chivatazo divino, que nos advierte de las discontinuidades que puede provocar el devenir de las cosas: atentados, imputaciones, animadversiones personales. Pronosticar, en cambio, es encontrar la parte lógica de los acontecimientos y exponerla con prudencia. Ahora bien: mientras que saber presupuestar o pronosticar es una responsabilidad cotidiana, profetizar no deja de ser una ligereza.

Muchos episodios de la pasada Legislatura del Cambio eran pronosticables, no porque alguien tuviera la bola de cristal, sino porque pronosticar es a menudo constatar: conocer cuatro cosas que valen uno y decir que suman cuatro, o saber las noticias de mañana porque han ocurrido hoy.

De hecho, no fueron sorpresas (todas las publicó ABC con meses de antelación) estimar que solo el que votaba al PP sabía lo que votaba, que un voto por Ciudadanos sería un voto para Sánchez, que Podemos deseaba reducir al PSOE y absorber a Izquierda Unida, que en la izquierda había demócratas y leninistas (facciones complicadas de agregar, aunque muchos las sumaban), o que, en un escenario confuso para la formación de gobierno, el buen sentido recomendaba olvidarse de acertar y centrarse en no equivocarse.

Para hablar de lo que ocurrirá –decía– es bueno empezar por lo ya ocurrido; en este caso, por la profunda sensación de hartura que ha dejado tras de sí la Legislatura del Cambio, algo solo comparable a la fatiga que podría experimentar un desbordado camaleón sobre una colorista falda escocesa. Ese aburrimiento va a evitar que ciertas cosas se repitan, como por ejemplo que no podamos formar gobierno; su «déjà-vu» embarazoso tildaría de ineptos a los insistentes, vocablo aquel más descalificador que el de «panameños» o «populistas».

La pasada Legislatura del Cambio fue un ensayo, con trajes, rastas y algún biberón, de lo que habría podido ser un gobierno a la valenciana, a la bolivariana o a la «garibaldina». Y ofreció una lección: cambiar no es mejorar, menos aún innovar o investigar. De hecho, las ratios económicas en ascenso se estabilizaron y las ratios que conciliaban el progreso con la cordura se fueron al garete: causaron estupor la vuelta a viejos tics contra instituciones, tradiciones o libertades. Y es que en la Legislatura del Cambio hubo mucha fotografía y poco rigor. Las excusas «ex post» de que los perdedores prodigaron buena fe fueron artificiosas. No buscaban eso, buscaban resultados. Y no los hubo.

El caso es que ahora nos encontramos con una izquierda dividida por la falta de congruencia en sus planteamientos y por declaraciones tan inmaduras como sobradas. Nunca he oído durante la pasada legislatura a Podemos un objetivo de calidad: empleo, crecimiento, déficit. Tampoco escuché a Sánchez cómo iba a conciliar la recuperación con el frenazo de la política de recortes. A estos «vendedores de vetos, mantas y remontadas» su inconsistencia para con la realidad les terminará pasando factura. Sus aspiraciones personales, en lenguaje del 15M, «cantan mogollón», y sus artimañas han creado entre ellos sólidos anticuerpos, que solo el ansia de poder podría suavizar durante unas semanas.

De cara a las nuevas elecciones, una fracción de la izquierda, empachada del burgués recitativo del cambio, podría abstenerse en mayor proporción que algunos de la derecha que ya lo hicieron y que, ajenos al reciente fracaso, serán proclives a votar. Por lo demás, nadie conseguirá la mayoría absoluta. Esta se fragua sobre un aprendizaje lento y un cabreo sólido; ahora bien, si la derecha recordara el viejo consejo de san Agustín: «Unidad en lo esencial y libertad en lo accesorio», mejoraría sus expectativas.

No es recomendable una gran coalición con o sin Sánchez: daría a Podemos estatus de primera oposición, y la oposición de hoy es el gobierno de mañana. Cierto es que Sánchez no tiene la ganzúa que saque al PSOE de su confinamiento: su posible cese –no dimitirá la noche del 26 de junio ni con polvorones– favorecería la abstención del PSOE si PP y Ciudadanos no conformaran una mayoría absoluta, algo que las encuestas no anticipan. Lo adelantaba Rubalcaba: «Si los votantes “indultan” a Rajoy haciéndole ganar por segunda vez las elecciones… será difícil decirle que no». Al PSOE, en un par de años, esa inversión podría llevarle al gobierno vía recuperación del favor o por acuerdos sobre la lista más votada.

Pero si los errores de la Legislatura del Cambio fueron claros, ¿dónde estuvieron los aciertos? ¿Qué hizo bien el «vituperado» Rajoy para que suene otra vez como ganador? Tal vez fue el único que entendió the name of the game. Ese que priorizaba la estabilidad y el empleo frente a la honradez de presuntos virtuosos o al deseo de hacer «puenting» con nuestro bienestar. Ahora bien, ganar no es gobernar. Dos éxitos en las urnas ante un erizado vocerío con más escaños no serán suficiente.

El dilema, en el fondo, es si la situación de los pactos se va a resolver en base a la ansiedad de Sánchez o a la sensatez democrática del PSOE; dilema exigente porque ni ellos lo conocen. En el primer caso, diga lo que diga Sánchez de Podemos, le encantaría ser «presidente pinta poco» con su concurso, e incluso sus compañeros se lo permitirían. En el segundo, en que el PSOE fuera de palafrenero por un resultado adverso, ya no estaría tan claro. Un Comité Federal decidido podría imponer el abstenerse para que el PP y Ciudadanos gobernaran durante un tiempo en precario (¡atención!, el augurio es «en precario»). Lo que queda por descifrar es cuál de las dos posturas hará fortuna: dependerá de la dimensión de su debacle en las urnas. Hasta aquí los pronósticos. A partir de aquí conjeturar en qué momento apartaría el PSOE a Sánchez, con los considerandos que una decisión de este tipo lleva consigo, es más bien trabajo para el colega Jeremías.

Claro que también hay otra forma de gestionar un pronóstico, cual es minorar sus riesgos y hacer hedging, como los expertos en bolsa, cambiando de posición respecto a las elecciones autonómicas. Por eso, el votante de Podemos que haya percibido que no es un partido democrático podría optar por el PSOE; el socialista que no quiera relacionarse con Podemos acaso debería votar a Ciudadanos; el de Ciudadanos que no desee volver a ver cómo Sánchez se apropia de su voto, que retorne al PP; y el disgustado votante del PP al que le gusten las emociones fuertes, que vote incertidumbre.

JOSÉ FÉLIX PÉREZ-ORIVE CARCELLER – ABC – 22/06/16