ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC
La motivación de Sánchez es idéntica a la de Salvini: sacar provecho de la tragedia convirtiendo el éxodo de esos desgraciados en votos
VAYA por delante una aclaración: yo era y sigo siendo partidaria de acoger a los inmigrantes del Aquarius. Con plena conciencia de lo que ello implica en términos de «efecto llamada», me parecía y me sigue pareciendo que abandonar a esa gente a su suerte sería impropio de naciones que se dicen civilizadas y tienen la enorme fortuna de integrar la opulenta Europa. Dicho esto, de la acción a la propaganda humanitaria dista un trecho amplísimo. El que separa la convicción y la conciencia del mero interés electoralista, que es en lo que se ha convertido esta historia.
Ingenua de mí, al principio pensé que realmente España, con su Gobierno al frente, estaba saliendo al quite allá donde Italia había dado la espantada. Que estábamos ante una cuestión de principios. ¡Nada más lejos de la realidad! La motivación de Pedro Sánchez ha demostrado ser idéntica a la de Matteo Salvini. En ambos casos se trata de algo tan prosaico como sacar provecho de la tragedia convirtiendo el éxodo de esos desgraciados en votos para sus respectivos partidos. El español lo hace brindándoles asilo a bombo y platillo, con el propósito de pescar en aguas electorales podemitas. El italiano los rechaza, consciente de que eso es lo que demandan sus votantes ultraderechistas. Los extremos se tocan, movidos por un mismo afán mercantilista similar al que lleva a las mafias del tráfico humano a embarcar a esas personas en travesías infernales cuyo destino final es demasiado a menudo la muerte.
De haber obrado con rectitud, sin otra intención que la de ayudar a esos 629 náufragos, la operación se habría llevado a cabo con la máxima discreción posible, que es como se han efectuado hasta ahora los millares de salvamentos culminados con éxito en aguas del Estrecho por la Guardia Civil, las patrulleras de la Armada o la Cruz Roja. A los agentes y voluntarios de esos cuerpos les ha movido siempre el deseo de salvar vidas. A los asesores de imagen que han orquestado el espectáculo de Valencia lo que les impulsa es el ansia de colocar a sus asesorados en la foto, verlos protagonizar titulares y abrir informativos en el papel de héroes del humanitarismo (con cargo al contribuyente, por supuesto.) Solo así se explican el desfile de ministras y ministros acudidos a ser retratados junto a los agradecidos rescatados, los seiscientos periodistas convocados para dar cumplida cobertura del acontecimiento, convertido en un obsceno despliegue mediático a beneficio de parte, esa exhibición indecente de presunta «solidaridad» empalagosa, empleada como munición política.
Pedro I el Clemente imparte una lección magistral a sus socios de la Unión Europea, viene a decirnos La Moncloa. Frente a nuestros vecinos «fachas», partidarios de cerrar fronteras, él las abre de par en par, porque para eso es socialista y alumno aventajado de ZP. Adiós a las concertinas. Vuelta a la sanidad universal y a los turistas hospitalarios aficionados al gratis total. España da la bienvenida a todos los desheredados de la tierra porque el líder del PSOE ha de enfrentarse en las urnas a los populistas de extrema izquierda y para vencerlos no repara en gastos. Al fin y al cabo, tira con pólvora del rey. ¿Qué más le da a él ocho que ochenta?
Ignoro cuál es la solución al complejísimo problema de la inmigración descontrolada. Doctores tienen las instituciones europeas excelentemente pagados para hallarla. Lo único seguro es que actuaciones propagandísticas unilaterales, como la protagonizada por el Ejecutivo de Sánchez con el buque Aquarius, resultan contraproducentes además de dar vergüenza ajena.