El PNV ha defendido la participación electoral de Bildu por tres razones probables: el sentido de la coherencia, dada su oposición a la Ley de partidos; el mayor problema que, ante el abertzalismo radical, le habría causado adoptar una actitud de tibia oposición; y sobre todo, la inquietud por la gestión postelectoral de los resultados.
De entre los no directamente concernidos, el PNV es sin duda el que con mayor empeño ha luchado por la participación de Bildu en el proceso electoral. Llegó incluso a dejar en suspenso su colaboración con el Gobierno central, alegando que, al haber excitado éste, de manera tan militante, el celo de la Abogacía y de la Fiscalía para que presentaran sus impugnaciones, había roto algún desconocido compromiso de mantener mayor neutralidad en el asunto. Cosas malas, inconfesables, dijo haber hecho el PNV para evitar lo que parecía inevitable.
No han sido motivos de estricta naturaleza electoralista los que han movido al partido jeltzale a adoptar esta actitud. La eventual presencia de un nuevo actor en la escena le habría aconsejado adoptar la contraria. Habrá, pues, que buscar en otra parte la explicación de esta conducta, que resulta, a primera vista, paradójica. Tres razones se ofrecen como las más probables.
Está, en primer lugar, el sentido de la coherencia. Quien se había opuesto desde el primer momento a la ley que ha dado lugar a este último episodio judicial -la Ley Orgánica de Partidos Políticos- no podía quedarse ahora de brazos cruzados ante lo que ocurría. Pero, si la coherencia excluía la inhibición total, no da razón cabal de la extrema beligerancia con que los jeltzales se han implicado en el asunto. Habrá que pensar, por tanto, como segunda razón añadida, en el mayor problema que les habría causado la adopción de una actitud de tibia oposición. El acoso que en ese supuesto habrían sufrido por parte del abertzalismo radical -la acusación de colaboracionismo con el enemigo habría sido la más leve- les habría supuesto un desgaste insoportable. Y, por fin, inquietaba también, y quizá sobre todo, a los nacionalistas la gestión postelectoral de los resultados, si la coalición hubiera quedado excluida del proceso. El temor a que lo ocurrido en Ondarroa a raíz de las últimas elecciones locales de 2007 se repitiera ahora en una cuarentena o cincuentena de municipios, o incluso en alguna de las juntas generales, prefiguraba, en efecto, un escenario sumamente preocupante.
El caso es que, una vez celebrada como triunfo propio la admisión de Bildu en el proceso, la escena en que ahora ha de actuar el PNV tiene quizá más sombras que luces. Por de pronto, habrá de enfrentarse a un nuevo y pujante adversario, que le disputará una buena bolsa de votos fluctuantes, sobre todo en algunos territorios como Guipúzcoa. De otro lado, se verá obligado a definir mejor su proyecto y su discurso, de modo que encajen con coherencia en ese espacio centrado del que de ningún modo quiere verse desalojado. Y, por fin, las alianzas postelectorales. Tendrá más donde elegir, ciertamente, pero sabrá también que, sea cual fuere la opción que elija, habrá fijado su actuación y su proyecto en una dirección determinada para el medio plazo.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 10/5/2011