VALENTÍ PUIG, EL PAIS 13/02/13
· La fórmula de un catalanismo constitucional pudiera ser la opción de contraste con Convergència.
Los meteorólogos de la política catalana no se ponen de acuerdo sobre el instante en el que el PSC asumió cotas inéditas de nacionalismo. No hay mucha documentación sobre el caso. Ahora mismo, en lugar de postularse como impulso regenerador y proponer una agenda de gestión a la vez ambiciosa y pragmática, una opción de futuro, el PSC-PSOE vive ensimismado por sus tensiones internas y sin saber cómo contener la hemorragia de votos que se le van a Ciutadans o a ERC. Es difícil recabar confianza cuando no se presenta un horizonte claro, más allá de las incertidumbres de todo liderazgo cuando da los primeros pasos. Tanto ensimismamiento impide, a la vez, que el PSC tenga la debida influencia en el centroizquierda de toda España.
Algo cambió cuando Pasqual Maragall atajó la propensión tarradellistadel PSC y la sustituyó por el maragallismo. Ahí se fraguó la idea peregrina de la Cataluña políticamente transversal. Quienes se sumaron acabarían por constatar que la transversalidad tenía los mecanismos de un cepo. Era el gran complemento para que Convergència pudiera considerarse el permanente pal de paller, una noción más bien dudosa al confrontarla con los elementos vitales del pluralismo. Quizás ese fue otro de los orígenes de la errática actualidad del PSC. En realidad, Pasqual Maragall también buscaba otra vía pero no llegó a nada, por factores como el ejercicio del poder, la alianza con ERC para formar el tripartito o la iniciativa extravagante de un segundo Estatut.
Con el transversalismo de los hijos de buena familia hay poco que hacer. Es más: está en bancarrota. Hoy importan las nuevas clases medias, sobre todo. Se requieren ofertas políticas para una sociedad como la catalana, que es heterogénea y policéntrica. Para tal menester, el PSC estaría mejor situado si reagrupase sus energías políticas e intelectuales para dar el gran paso hacia la desacralización del nacionalismo y de su mitología, extensa todavía pero recesiva, además de regresiva, como por un efecto prolongado de espejismo al que se han incorporado descontentos exógenos. Tan solo el control público y la transparencia son garantía de legitimidad política e institucional.
Ciertamente, todavía sería posible que el PSC volviera a ser más social-demócrata que nacionalista. La fórmula de un catalanismo constitucional o constitucionalista pudiera ser una oportunidad y la opción del contraste claro con una Convergència que tanto ha derivado hacia las tesis independentistas. Se diría que la cuestión clave no son unos escaños más o menos sino la claridad exigible a los procesos políticos que busquen ser alternativas de poder. Resulta más que extraño que el PSC esté en algo parecido a un dique seco en el momento en que la recuperación económica, el desendeudamiento, el Estado de bienestar, la globalidad y el trazado de la Unión Europea son las prioridades de verdad.
Según Olaf Cramme, del policy network, uno de los think tanks más sugestivos del centroizquierda europeo, la economía sigue ganándole la mano a la política porque la política no tiene suficiente poder de organización. Falta la capacidad política para convocar una masa crítica que dé apoyo a la acción colectiva para ir debilitando gradualmente la hegemonía actual del centro-derecha. El Estado es impopular —dice Cramme— pero la democracia no, aunque no se la ve en buen estado de salud, algo que debiera concernir más a los socialdemócratas. Se diría que esas cuestiones afectan a los ciudadanos más que otras, aunque lo que se expone en el escaparate sea distinto. Ese parece ser el dilema real del PSC y no la mitomanía nacionalista que plantea disidencias internas y gestos de deslealtad.
La casuística socialismo-nacionalismo es en buena parte responsable por los numerosos embrollos que enturbian una visión clara de la política en Cataluña. De ahí que, en la fase de vendaval por la que estamos pasando, teorizar sobre la postdemocracia tenga algo de inutilidad y candor. En eso tampoco aciertan mucho los meteorólogos.
Valentí Puig es escritor.
VALENTÍ PUIG, EL PAIS 13/02/13