Ignacio Camacho, 05/12/12
El sónar de la operación Mercurio ha captado las psicofonías de la corrupción en el fondo de la ciénaga del poder catalán.
APLICADO a las cañerías subterráneas del oasis catalán, el sónar de la operación Mercurio ha captado las psicofonías de la corrupción. La voz acosada del alcalde socialista de Sabadell retruena desde la portada de ABC una letanía de cohechos sugeridos y de amenazas encriptadas que alcanzan a los dirigentes del postpujolismo y dibujan una sospechosa teoría de vasos comunicantes bajo la ciénaga. Hace tiempo que el célebre remanso del seny político no resiste una prospección de transparencia; al fondo de sus aguas estancadas las sondas detectan sucios bancos de algas revueltas y canalizaciones de mordidas al tres por ciento. Las cintas del edil Bustos apuntan una connivencia transversal entre sindicatos de intereses vinculados al establishment municipal y autonómico. Esa pringosa familiaridad entre núcleos de poder, ese espeso tejemaneje de miserias se parece mucho a la atmósfera de un régimen.
Todo régimen trata de blindarse a sí mismo. El de Cataluña ha construido al efecto un sistema de autoprotección institucional basado en la exaltación identitaria que ante cualquier cuestionamiento legal levanta barreras de reclamación victimista. El nacionalismo es el manto que cubre las vergüenzas de una élite de poder que lleva décadas tejiendo redes de influencia. La coartada de «hacer país» esconde un designio impositivo capaz de disfrazar de agresión todo intento de intervención ajena. El autogobierno se ha convertido en la herramienta de un monocultivo hegemónico implantado con técnicas de ingeniería social y financiera.
Así, las evidencias de una corrupción estructural aparecen como desestabilizadoras incursiones de visceral anticatalanismo, y la simple territorialidad de la ley española se convierte en un ataque centralista contra la soberanía de una nación oprimida. En una comunidad bilingüe sin conflictos idiomáticos reales el nacionalismo ha implantado un modelo educativo beligerante contra el castellano para atornillar una aspiración de supremacía: la escuela como instrumento de construcción identitaria. En la burbuja de ese clima de unanimidad forzosa rebotan las normas de cumplimiento común y hasta las sentencias judiciales; una clase dirigente sumida en la endogamia y una opinión pública viciada de autocomplacencia han dado en considerar belicosa y extravagante la pretensión de un ministro español de Educación de lograr que se enseñe el español en una parte de España.
Como en aquella vieja frase que Brecht pronunciase bajo la asfixia creciente del autoritarismo, en la sociedad pública catalana —que no aún en la civil, o no en toda— se ha vuelto necesario esforzarse en la demostración de lo evidente. Se ha impuesto una realidad virtual autoindulgente a la medida de una casta de poder. Las psicofonías de Sabadell son el testimonio parcial pero clamoroso de esa turbia red de favores que se sostiene en pantanosos privilegios mutuos.
Ignacio Camacho, 05/12/12