Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 23/11/11
Tal es, a mi juicio, la cuestión esencial que al PSOE le toca analizar tras el descomunal batacazo del día 20. Y lo es por una sencillísima razón: porque del grado de acierto en ese análisis dependerán sus posibilidades de salir del agujero negro en que ahora está.
Es conocida la reflexión del famoso periodista Henry Mencken (1880-1956) sobre la forma de enfrentarse a los problemas complicados. Para darles solución, decía «el sabio de Baltimore», hay siempre una solución clara, plausible… e incorrecta.
¿Cuál es la solución clara, plausible (e incorrecta) a la pregunta que encabeza esta columna? Que el PSOE perdió las elecciones solo por efecto de la crisis económica. Esa respuesta, además de otras ventajas, tiene una gran utilidad: echarle la culpa a la crisis es la mejor forma de que nadie asuma la responsabilidad por la catástrofe, dado que la crisis es internacional y que en su componente nacional sería culpa del PP, impulsor de la burbuja inmobiliaria según las tesis oficiales del PSOE.
Pues bien, negar que la crisis ha tenido un notable efecto en la debacle socialista (solo cualitativamente comparable a la de UCD en 1982) es tan errado como afirmar que aquella ha sido consecuencia solo de la crisis.
En contra de esa tesis existe un hecho incontestable: que todas las series de datos de sondeo disponibles confirman que el PP empezó a aventajar al PSOE en intención de voto inmediatamente después de las generales del 2008, ventaja que no dejó de crecer desde entonces hasta el 20-N, cuando alcanzó ¡16 puntos!
Por eso, frente a la respuesta simple de cargar todo en el pasivo de la crisis, creo que los socialistas empezaron a perder las elecciones el día que decidieron desplazarse de su posición tradicional de centroizquierda para echarse en manos de la estrategia del zapaterismo: renunciar al objetivo de ser una fuerza mayoritaria para diseñar, a cambio, un PSOE enfeudado con los nacionalistas.
Ese PSOE empezó a perder las elecciones (pese al espejismo de la victoria del 2008, solo explicable por la debilidad del adversario) cuando aceptó hablar de política con ETA; impulsó una segunda descentralización, políticamente disparatada y jurídicamente inconstitucional; realizó una política exterior tercermundista, impropia de un Estado occidental y, en fin, cambió sus señas de identidad socialdemócratas por las de un partido radical.
La conclusión que se deriva de ese análisis -justamente la contraria de la que hoy domina en la élite dirigente socialista-, parece obvia: que es urgente recuperar la centralidad y que el caladero de votos al hay que dirigirse es el del PP y no el de Izquierda Unida. Sus actuales dirigentes han dejado al PSOE en la uci: si nadie reacciona, podrían acabar por llevarlo al cementerio.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 23/11/11