PSOE Bifronte

ABC 12/11/13
JUAN CARLOS GIRAUTA

· El problema para el socialismo español es que, llegados a este punto, no tienen una alternativa buena en Cataluña

Cuando uno ve al socialismo español aplaudir a rabiar a Pere Navarro puede llegar a creer que las desavenencias territoriales de la izquierda son paparruchas de la prensa, que la posible extensión de la marca PSOE a Cataluña es una fantasía de Bono, y que, dada la sintonía, el PSC va a seguir siendo, con Andalucía, vivero del viejo partido de Pablo Iglesias. Como lo fue con González, como lo fue con Zapatero. Pero nada más lejos de la realidad.
El pellejo que sigue uniendo el miembro catalán al cuerpo del PSOE es tan débil como la formulación de un deseo sobre cuya consecución no pueden tener los socialistas esperanza: una reforma constitucional que implante el federalismo. A poco que observemos, sin embargo, ni siquiera el pellejo existe: mientras el PSOE de Felipe y Alfonso, el de Belloch y Bono, el de Corcuera y Rodríguez Ibarra, el de Page y Díaz –o sea, el PSOE– piensa en el federalismo igualitario –o sea, en el federalismo–, el PSC busca la consolidación constitucional de un estatus diferente para Cataluña. Una garantía de «bloqueo» competencial que es, en esencia, lo que siempre ha anhelado el nacionalismo: todas las ventajas de la independencia, sin ninguna de sus desventajas.
Que el PSC es un partido nacionalista, y nada más que un partido nacionalista, no tiene discusión: postula la existencia de un derecho a decidir que la doctrina conoce como derecho de autodeterminación. Y la postula con el mismo nombre engañoso con el que el nacionalismo catalán lanza el anzuelo mientras elude la rotunda inaplicabilidad de la autodeterminación al caso de Cataluña, que ni es colonia, ni lo ha sido, ni está sojuzgada por un régimen antidemocrático. Que se exija el ejercicio de tal seudoderecho para votar «no», no altera lo sustancial, que es la asunción de que existe una nación sometida a la que no se le permite avanzar en su naturaleza soberana. De resultas de todo ello, cuando las cuestiones de la soberanía y la unidad de la nación española (artículos primero y segundo de la Constitución) se suscitan en el Congreso, el PSC vota distinto a ese PSOE que luego aplaude rendidamente a Navarro.
Tampoco es cierto que la pervivencia más o menos disimulada de su discrepancia crucial sobre la idea de España vaya a permitir al PSOE mantener su vivero catalán. El PSC, que había ganado para el PSOE 25 escaños del Congreso de los Diputados en 2008, aportó 14 en 2011, cayendo su voto del 45’33% al 26’63%. En ambos casos con Carme Chacón como cabeza de lista por Barcelona. Pero eso no es nada. Después de esa fecha se celebraron las elecciones catalanas de 2012, obteniendo el PSC un escuálido 14’43%. Hoy los sondeos le vaticinan una caída al 10% del voto catalán, y 13 diputados de los 135 del Parlamento catalán, cuando había alcanzado 52 en 1999. Esta es la serie completa de resultados del PSC en elecciones catalanas desde ese año: 52, 42, 37, 28, 20… y bajando. En una delirante interpretación, primero Maragall, luego Montilla y luego Navarro atribuyeron esta tendencia a la debilidad o falta de compromiso suficiente con la construcción nacional de Cataluña. Unos tíos orientados, vamos.
El problema para el socialismo español es que, llegados a este punto, no tienen una alternativa buena en Cataluña; sólo dos opciones malas: seguir como hasta ahora –trasvasando voto a todos los demás partidos del arco parlamentario, y a la abstención– o concurrir de una vez con las siglas PSOE. Los resultados no irían muy allá, pero al menos tendrían una sola cara.