Rubén Amón-El País
El PP agoniza entre las crisis internas, el auge de Cs y las inminentes sentencias judiciales
¿Puede desaparecer el Partido Popular? La cuestión reviste un alarmismo desproporcionado, hiperbólico, pero refleja la decadencia política del marianismo y expone hasta dónde puede deteriorarse la crisis de los populares, no ya porque la fortaleza de Madrid se resiente de todas sus grietas precursoras de la catástrofe, sino porque las guerras de familia internas —en el Gobierno, en el partido— salpican la antigua lealtad al líder supremo, de tal forma que Mariano Rajoy no sabe cómo servir al partido en el umbral de su abatimiento: presentándose otra vez en la superstición de la victoria o marchándose a casa, con el peligro que conlleva la hemorragia del proceso sucesorio y la autopsia a cielo abierto que sobreviene en el erial de Génova.
Discuten los politólogos sobre los antecedentes. Y no terminan de acordar si la agonía del PP se parece más al cadáver de UCD o si hay que remitirla al trauma que sacudió al PSOE después de los tiempos de Zapatero. Cualquiera de las hipótesis predispone una travesía en el desierto, pero conviene tomarse en serio la profecía apocalíptica de UCD por cuanto la alternativa al PP no exige al votante conservador ninguna torsión o distorsión ideológica.
Ciudadanos representa una opción natural. Presupone un territorio conocido y hasta legitimado —las elecciones catalanas— donde parecen haberse garantizado la unidad territorial, la economía liberal y el énfasis reformista o macronista. Votar a Ciudadanos no es ya un experimento. Ni una temeridad. Y no constriñe a los simpatizantes al esfuerzo emocional que implicaría entregarse al PSOE en la antigua lógica bipartidista o en los puntos de consenso socialdemócrata.
El PP se carboniza en su propia endogamia, pero también se deteriora en un escenario político hostil. El tradicional antagonismo de la izquierda es menos cruento que la posibilidad de Ciudadanos. Y no parece sencillo que Rajoy pueda sobreponerse al hartazgo, menos aún después de haberse convertido en marioneta de Urkullu y de haber capitulado en la batalla del pensionista, no por convicción, sino por soledad y por la sumisión al chantaje de los Presupuestos.
Se supone que la política penitenciaria es una línea roja. Y que Rajoy no va a conceder al PNV el acercamiento de los presos etarras, pero la precariedad de la legislatura y el posibilismo de Mariano ya nos han demostrado que el PP es un partido sonámbulo. Sus únicos argumentos de indentificación con la sociedad se los han proporcionado las psicosis nacionales -prisión permanente revisable,el caso de La manada-, hasta el extremo de reclamar para sí el populismo que tantas veces le han reprochado a los partidos demagógicos.
¿Puede desaparecer el PP? La cuestión irá adquiriendo vuelo en las próximas semanas. No ya por la inercia de las encuestas, por las obscenas disputas internas, por la negligencia de la gestión de la crisis catalana y por la guillotina que le espera al futuro candidato a la Comunidad de Madrid, sino porque se avecinan las sentencias de la Gürtel y la Púnica. Y porque de ellas puede derivarse un efecto político y judicial aniquilador al que no va a poner remedio el ritmo de la economía.