Ignacio Camacho-ABC
- Aburrido en una rutina sin trabajo, Iglesias se sueña a sí mismo como nostálgico defensor del Madrid republicano
De tanto consumo compulsivo de series de televisión, principal actividad conocida de Pablo Iglesias, él y otros dirigentes de nuevo cuño se han creído protagonistas de alguna de ellas. A base de inyectarse en vena episodios de ‘House of cards’, de ‘Baron noir’ o de otras tramas de conspiraciones maquiavélicas -ya podían imitar el idealismo de ‘El ala oeste’- se están cargando la estabilidad del sistema con una política de culebrón que los vuelve dependientes del golpe de efecto, yonquis de la sorpresa. Necesitan crear cada día un ‘cliffhanger’, un momento culminante de tensión extrema para mantener en vilo a la audiencia. La intriga es mucho más emocionante que la tediosa dedicación a la tarea de gobernar un país y solucionar sus problemas.
El episodio en curso se llama ‘Puente de los Franceses’, y va de un líder diletante que se sueña defensor del Madrid republicano, mitad Miaja y mitad Largo Caballero, contra las tropas de Franco. Iglesias llegó tarde a la Transición y vive en un imaginario nostálgico de historias no vividas y de recreación del pasado. Incómodo en la rutina de una vicepresidencia sin trabajo se ha rebelado contra el guión que empezaba a asignarle un papel secundario y con un arrebato cimarrón ha dado cuatro golpes de mano simultáneos. Uno en Podemos, imponiendo como futura candidata a Yolanda Díaz. Otro en el partido de Errejón, Más Madrid, dándolo por integrado en su lista. Un tercero en el PSOE, dejando a Gabilondo como comparsa encerrada en su burbuja de catedrático de metafísica. Y un último en Moncloa, haciéndole una crisis a Sánchez y nombrándole una nueva ministra. De milagro no le ha colocado en el Gabinete a la niñera de su hija.
El silencio del presidente sugiere que la operación, aunque no sea de su iniciativa, puede contar con su complacencia. Se quita un peso de encima y lo coloca como candidato de facto de la izquierda madrileña, como en su momento fue Carmena. Eso sí, el socio le ha tomado la delantera en el manejo de los tiempos y le ha anticipado la ruptura del Gobierno. La onda expansiva de la ‘murcianada’ y el estilo seriéfilo han acelerado el vértigo de los acontecimientos. Tanto si se trata de un rapto miliciano de Iglesias como del fruto de un acuerdo, huele a elecciones generales a plazo corto, quizá con el verano de por medio. Y girarán sobre el eje frentista, casi guerracivilista, a cara de perro, que ha planteado el jefe de Podemos.
En el otro lado, Ayuso tiene hecha la campaña. Le han puesto enfrente el rival que soñaba; Gabilondo era un rival demasiado civilizado para una batalla a bayoneta calada. Así nadie se va a distraer: Madrid es el escenario simbólico y decisivo que anticipará el destino de España. Derecha contra izquierda, polarización, trincheras. Y tal vez Iglesias acabe asomándose a alguna de las residencias que dejó abandonadas en lo más crudo de la pandemia.