Editorial-El Español
En un largo tuit publicado este sábado, Carles Puigdemont ha tomado posición sobre el cambio de escenario que ha propiciado el escaño adicional ganado por el PP tras el recuento del voto exterior. Y es que al conseguir Feijóo el diputado 137 (logrando así que su victoria del 23-J sea la más amplia en escaños que ningún aspirante haya conseguido sobre un presidente), se ha complicado aún más la investidura de Sánchez.
A Puigdemont no se le escapa que su partido ha ganado poder negociador por este «cambio relevante en la ecuación para cualquier investidura». Pues al PSOE ya no le basta la abstención de Junts, sino que necesita su sí expreso. Y el expresidente catalán no ha perdido la oportunidad de elevar el precio de su apoyo a la mayoría de Sánchez.
Y lo ha hecho con una soflama victimista, trasladando la idea de que, después de haber sufrido un supuesto calvario en el «exilio», no le temblará el pulso para cobrarse la revancha, ahora que se ha convertido en el personaje decisivo de la política española.
Lo que viene a decir Puigdemont es que su partido no es ERC. Y que su nacionalismo irredentista no se conformará con las migajas de la Mesa de Diálogo, el instrumento con el que el PSOE pretende canalizar las demandas de sus cobradores independentistas. Junts rechaza todo pragmatismo y cifra su horizonte en el referéndum de autodeterminación y en la amnistía.
El líder prófugo, al asegurar que no cederá ante la «presión» ni ante el «chantaje», aclara así que le trae sin cuidado la dicotomía en la que los socialistas están intentando enmarcar la decisión de Junts. Y que no le importa ser visto como responsable de que no haya un gobierno de coalición progresista.
Al hablar de dejar de mirar el dedo para mirar la Luna, el expresidente de Junts se niega a seguir el dilema en el que quieren colocarle para situar la discusión en otro marco. Así, la Luna sería un «conflicto político muy serio y profundo» entre Cataluña y España.
Es decir, que Puigdemont quiere que las conversaciones con el PSOE para prestarle su apoyo no tengan por objeto negociar el voto a favor de la investidura, sino negociar la soberanía nacional española. De este modo, al decir que no se va a dejar chantajear, anuncia su propio chantaje.
Para ilustrar su argumentación, Puigdemont ha hecho alusión a un poema de Joan Maragall, La vaca ciega. Como la vaca de la composición, que privada de visión se acerca al abrevadero a tientas y dando tumbos, el expresidente considera que el Gobierno, mientras «no entienda nada», sólo podrá aspirar a seguir «vagando hacia el agua».
A lo que algo crípticamente se refiere Puigdemont es a que el Gobierno español estaría obviando que «la ruptura profunda entre Cataluña y España (entendidos como sujetos políticos distintos)» se retrotrae hasta la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatut. Y que mientras permanezca ciego ante este acontecimiento será incapaz de empatizar con el drama catalán.
Pero la parábola de la vaca ciega puede leerse también desde otras coordenadas. Y es que desde el momento en el que Puigdemont está planteando la problemática de la investidura en los términos de un conflicto entre Cataluña y España, Sánchez sería una «vaca ciega» ya no si soslayara esta realidad, sino si aceptara una negociación en estos términos.
El propio Puigdemont ha apuntado a que su horizonte excede el de «tener la llave» para la investidura, algo «circunstancial». En catalán, el término usado por el prófugo (clau), significa tanto «llave» como «clave». Y Sánchez seguirá como una vaca ciega si no se da cuenta de dónde está la clave de la cuestión. Y que no es otra que la comprensión de que la fantasmagórica soberanía de Cataluña está por encima de la jurisdicción de la Constitución, de los tribunales y del Gobierno españoles.