Kepa Aulestia-El Correo
La lectura de la sentencia del Tribunal de Luxemburgo dio lugar a dos imágenes. La euforia de los dirigentes de JxCat, reunidos en una videoconferencia con Carles Puigdemont, coreando una enigmática consigna: «Perpignan». Y el gesto grave y las palabras severas de Pere Aragonès al frente de un cuadro elocuente de ERC, con dirigentes esforzándose en disimular lo que pensaban ante lo que su portavoz calificaba de «victoria». El jueves, la resolución del TJUE detuvo el tiempo para ERC, inquieta ante su Congreso Nacional. Que sus responsables afrontan, si no divididos, con problemas de conexión entre ellos. Mientras los dirigentes en libertad advertían de que no reemprenderán la negociación sobre la investidura con el PSOE hasta que la Abogacía del Estado se pronuncie a favor de Junqueras, éste se había adelantado reclamando que siga la negociación a pesar de todo.
La discrepancia no está ahí, porque todos los integrantes de ERC saben que no pueden ser ellos quienes echen por tierra el diálogo con Pedro Sánc hez y su equipo. La inquietud surge de la oportunidad que la sentencia sobre Junqueras ha brindado a Puigdemont para renacer de las cenizas electorales y demoscópicas que situaban a JxCat en una posición secundaria. Una paradoja desconcertante para la naturaleza retraída de ERC, frente al descaro postconvergente de quienes no quieren saber nada de Convergència. Tampoco hay que olvidar que Puigdemont se dio a la fuga después de que Junqueras -con Marta Rovira inquiriéndole a hacerlo- le exigiera en la madrugada del 27 de octubre de 2017 romper amarras con el Estado constitucional.
Vuelve Puigdemont, y todo cambia. Es esto, y no la posición que adopte la Abogacía del Estado tras la sentencia del TJUE, lo que atenaza a ERC cuando lleva años postulándose como partido hegemónico del independentismo catalán. El secretario de organización del PSOE, José Luís Ábalos, no pudo ser más inoportuno, cuando hizo pública su convicción de que ERC había renunciado a la unilateralidad. Hubo momentos en los que PSOE y ERC parecían repartirse el liderazgo inmediato sobre el Gobierno central y el de la Generalitat. Momentos en los que el partido de Junqueras, Aragonès, y otros muchos, parecía dispuesto a liberarse de la unidad independentista para explorar fórmulas de mayoría transversales en Cataluña. Pero todo eso se ha acabado con la resurrección de Puigdemont. Pedro Sánchez no tiene más remedio que optar por una incierta investidura a mediados de enero, recurrir en serio al apoyo del PP y Ciudadanos, o renunciar a su empeño obligando al Rey a convocar unas terceras elecciones.