Alberto Surio-El Correo
- La paradoja es que en sociedades con fuerza clara del nacionalismo como la vasca y la catalana el debate soberanista pierde ‘punch’ en favor del eje social
El foco está puesto en las elecciones de Cataluña el 12 de mayo, pero el termómetro vasco puede resultar también revelador de determinadas corrientes de fondo. La gran apuesta de Pedro Sánchez no solo pasa por que Salvador Illa sea el futuro president de la Generalitat con una contundente victoria del PSC, sino que el independentismo catalán pierda la mayoría absoluta y se produzcan movimientos tácticos que neutralicen la reapertura de un ‘procés’ soberanista. El independentismo, dividido, parece que intenta recuperar los viejos discursos. Pero es un repliegue defensivo que huele a pasado.
Euskadi también se juega el futuro, con un debate menos cargado de esencialismo identitario y un nacionalismo que, aunque es claramente mayoritario en lo político, es más posibilista y pragmático y ha aparcado el discurso de la autodeterminación ante la prevalencia de otras demandas económicas y sociales. Es una metamorfosis significativa que ha reflejado el coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, al sostener que, aunque EH Bildu no ha renunciado a la independencia, «no tiene excesiva prisa ni ansiedad» para conseguirla. Las tornas han cambiado y ahora Euskadi es, paradójicamente, un sinónimo de apaciguamiento frente a los vaivenes de Cataluña.
Hoy se celebra el Día de la Patria vasca, la fiesta del nacionalismo que volverá a intentar exhibir su músculo en la calle. Pero la sociedad también muestra sus propias limitaciones. El Aberri Eguna hunde sus orígenes en la revuelta de Pascua en Irlanda en 1916. Aquella primavera, en la antesala de la Primera Guerra Mundial, le sirvió al nacionalismo irlandés para iniciar la sublevación contra el imperio británico que después consumaría en la independencia de gran parte de la isla, con excepción del Ulster. Después, ese nacionalismo terminó escindiéndose y el padre del movimiento, Michael Collins, terminó siendo presentado como un ‘traidor’. Las ‘voces ancestrales’ irlandesas que tanto influyeron en las raíces del nacionalismo vasco ofrecen esos tonos contradictorios. Ahora, cuando los republicanos católicos del Sinn Féin han ganado las elecciones en Irlanda del Norte y en la República irlandesa, también se han convertido en una referencia a seguir aquí por la izquierda independentista. La diferencia es que la sociedad vasca ha cambiado profundamente en los últimos años, que el fin de la violencia ha despejado el camino de obstáculos y que el propio movimiento abertzale se ha reciclado y ha abandonado su perfil mas identitario para pasar a un nacionalismo social que conecta con inquietudes como la vivienda, la sanidad pública, la atención a los mayores, los cuidados a los dependientes, la falta de expectativa de los jóvenes… Esa es la paradoja, que la sociedad vasca, con una aplastante mayoría nacionalista del PNV y EH Bildu, ofrece el apoyo a la independencia más bajo de los últimos años.
Mientras, los partidos soberanistas catalanes se encuentran atrapados por la ‘pulsión patriótica’. Vuelven a sacar del cajón los debates de la autodetermiación y la independencia, quizá para reanimar a un electorado deprimido y desorientado, harto de la división y con un innegable punto de frustración que pasará, tarde o temprano, su correspondiente factura. La resaca del ‘procés’ es bastante alargada y las inquietudes de los catalanes se centran ahora en la sequía, las listas de espera en los hospitales, la seguridad ciudadana en los barrios obreros, una vivienda imposible en las grandes ciudades, el déficit de energías renovables, la devaluación de los salarios o la crisis del medio rural. No están en el ‘modo nacionalista’, a pesar de que la defensa del referéndum sigue siendo una medida de gran impacto social.
Cataluña mira también hacia Euskadi y escudriña cómo el abertzalismo vasco ha optado por el camino del pragmatismo y del posibilismo frente a la radicalización retórica. Euskadi y Cataluña se enfrentan a dos dilemas que tendrán innegables consecuencias para la España constitucional.