José Luis Zubizarreta-El Correo

Cabe preguntarse si, con su abuso partidista y sectario de las instituciones comunes, la política no estará cruzando una raya que no admitirá ya vuelta atrás

Aplicada a fenómenos sociales, la expresión que encabeza el artículo indica el momento en que un proceso puesto en marcha por la mano del hombre no puede ya detenerse por mucho que éste lo intente. Su concreción paradigmática es, sin duda, la que ha quedado en la memoria histórica con la denominación de ‘paso del Rubicón’, acompañada de la frase con que la rubricó su protagonista: «alea iacta est». Desde el momento en que Julio César cruzó el pequeño río-frontera con su XIII Legión, ni la Guerra Civil ni la caída de la República pudieron ser detenidas. El gesto, que por su osadía es lo que ha retenido el recuerdo, no fue, sin embargo, sino la culminación de un proceso más grave que venía desarrollándose de tiempo atrás: el colapso al que la República había sido condenada por un Senado que, preso de una fatal mezcla de intransigente fundamentalismo y corporativismo egoísta, se reveló incapaz de reformar las instituciones republicanas de modo que, de gobernar una ciudad, pudieran pasar a administrar un Imperio.

Pero, consignado como paradigma éste de la antigua Roma, más nos interesan los procesos que ocurren en nuestros tiempos. Me detendré en dos de ellos. El Brexit es, entre todos, el más significativo. Su paso del Rubicón fue el referéndum de 23 de junio de 2016. Pero éste, lo mismo que el cruce del río italiano, no fue sino el resultado de un largo proceso de manipulación de la opinión pública, con falsedades sin cuento y abiertas mentiras, en un país que, desde el desmoronamiento de su Imperio, no se sentía cómodo en el modesto lugar que los nuevos tiempos le habían asignado. No deja de ser sintomático, a este respecto, el hecho de que el punto más espinoso del proceso se haya situado precisamente en la frontera con Irlanda, el penúltimo residuo de aquel Imperio colonial mal disuelto. En cualquier caso, hoy es el día, casi tres años después de la fatídica decisión popular, en que las instituciones británicas se revelan incapaces de detener, revertir o encauzar el proceso que ellas mismas pusieron en marcha. Cruzaron el punto de no retorno, y nada podrá ya volver a ser lo que fue.

En un nivel inferior -siempre la tragedia se repite como farsa-, el ‘procés’ catalán vuelve a ser más un de lo mismo. Un conjunto de leyes, plebiscitos y declaraciones, adoptados sin previsión de sus consecuencias y montados sobre una prolongada y engañosa seducción de la opinión pública, abrió un proceso que quienes lo iniciaron no aciertan hoy a cerrar. El lehendakari Urkullu dio en el clavo con su declaración ante el Tribunal Supremo. Cuando el president Puigdemont quiso reconducirlo hacia unas elecciones que dieran paso a un escenario más manejable, se topó con que, quienes habían sido embaucados a embarcarse en él, se rebelaron y le cerraron la retirada. «Semel emissum volat irrevocabile verbum», dijo Horacio de la palabra, pero vale igual de los procesos sociales: rebasado el punto fatídico, corren su curso irrevocable.

Sirvan los citados de advertencia. Dejando de lado a Julio César, que sí tenía conciencia de lo que desencadenaba, ni David Cameron ni Carles Puigdemont eran conscientes, en el momento en que adoptaron sus respectivas decisiones, de que el Rubicón que cruzaban marcaba el punto a partir del cual no había ya vuelta atrás. Es el tipo de cosa que se sabe sólo cuando se lamenta. Y uno se pregunta si nuestros líderes políticos se dan hoy cuenta de que también ellos pueden encontrarse a punto de cruzar un río y de situarse en una ribera de la que no les será posible volver. El Rubicón discurre hoy por ese estrecho cauce que separa el respeto del desprecio a las instituciones democráticas. Y son los actuales comportamientos de polarización extrema, establecimiento de líneas rojas y cordones sanitarios, desdén por el acuerdo, vacuidad del discurso político, consideración del rival como enemigo, empleo de la mentira, el insulto y la calumnia como armas de acción política, utilización partidista de las instituciones, degradación de la función parlamentaria, expulsión gratuita del otro a las afueras del espacio constitucional y otros de similar calaña lo que puede situarnos en ese otro lado del río del que no cabe ya volver. La desafección ciudadana respecto de la política o, en el peor de los casos, de la democracia, así como el consiguiente surgimiento de fuerzas oportunistas que se presentan como alternativa, son hechos que cada vez nos acechan de más cerca. Son el paraíso que nos promete la ribera del otro lado del Rubicón.