MIGUEL ESCUDERO-El CORREO

China tiene más de 300 millones de fumadores, según la OMS. Leo que cada año mueren más de dos millones de chinos por enfermedades relacionadas con el tabaco, y que el Gobierno prohíbe fumar en lugares públicos.

La ciudad de Hotan, una de las de mayor contaminación del país, formaba parte de la Ruta de la Seda. Hoy tiene medio millón de habitantes, en su mayoría de etnia uigur y de confesión musulmana. Isidre Ambrós -quien durante unos diez años fue corresponsal de prensa en Pekín y Hong Kong- cuenta en ‘La cara oculta de China’ que hace cuatro años sucedió allí algo impensable en nuestros pagos.

Jalil Matniyaz, dirigente del Partido Comunista de aquella zona, acababa de reunirse con los líderes religiosos de la región autónoma de Xinjiang, en el noroeste de China; unas conversaciones habituales y rutinarias. Fue destituido de su cargo de forma fulminante por haberse abstenido de fumar en ese encuentro oficial. Él era fumador (no sé si aún seguirá siéndolo), y sus jefes declararon que su cese se debía a «la debilidad de sus posicionamientos políticos (…) y porque tuvo miedo de fumar ante los responsables religiosos musulmanes de su localidad». Y que el hecho de no fumar reflejaba su escaso compromiso con la laicidad, por esto no era apto para dirigir la lucha contra el extremismo religioso (que prohíbe fumar a los creyentes).

¿Se le podía atribuir fragilidad ideológica a Matniyaz por haberse abstenido de fumar aquel día? ¿Declaró si no le apetecía hacerlo o bien quería congraciarse con sus interlocutores y mostrarse cercano? En todo caso, produce estupor el castigo a la espontaneidad y el premio a una rigidez que intimida.