IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • La idea de la ministra de crear una empresa pública de energía es la peor opción

Es la letra de una canción de la Rana Gustavo en la que el simpático y popular anfibio se lamenta de su color y de que la gente lo pise confundiéndolo con la yerba. Yo creo que cualquier día de estos alguien propone esa canción como himno nacional de nuestro país. Y es que, en efecto, no es tan fácil ejercer de conciencia planetaria del cambio climático, ir por la vida de fotovoltaico y de ‘verde que te quiero verde’ cuando luego te pones amarillo a la hora de pagar la ronda ecoenergética. La razón por la que el precio de la electricidad ha alcanzado en España una subida histórica reside en esa apuesta ideológica por un verdor que llama «sostenible» la misma clase política causante de su insostenibilidad. Y es que en ese oneroso recibo de la luz que acapara hoy el debate público se nos cobran desde la precipitada y ruinosa apuesta de Zapatero por las energías renovables hasta las multas que le impuso después el Ciadi a Rajoy por reducir las gravosas primas que Zapatero había concertado con los fondos internacionales de inversión.

Si no es tan fácil ser verde, lo que nuestros políticos han logrado es que sea aún más difícil y más caro: Zapatero, con carambolas como esa o como la entrega de Endesa al capital italiano; Rajoy, cambiando a media partida las reglas del juego pero dejando intacta esa tradición intervencionista que genera las famosas puertas giratorias de las que se benefician y contra las que despotrican todos los partidos. En este contexto, la idea anunciada por Teresa Ribera de crear una empresa pública de energía, esto es, de fomentar la intervención estatal que nos ha traído a donde estamos (a esas regulaciones por las cuales más de la mitad de la factura que pagamos es de impuestos) no es una solución, sino la peor opción. La primera medida que se le ha ocurrido a la rimbombante ministra para la Transición Ecológica es que la tarifa regulada incorpore «ligeramente» una prima aún más alta de la ya vigente que le dé «estabilidad».

No es tan fácil ser verde, no. Hace solo seis años que dejamos de pagar la moratoria nuclear y la decisión política de cerrar Lemóniz para acabar importando megavatios nucleares de Francia. Lemóniz, sí, también ha estado en nuestra factura. Nos hemos tirado 32 años amortizando lo que fue un triunfo ecológico o una millonaria inversión fallida. Y, cuando por fin nos sacudimos esa deuda, en 2015, resultó que el défícit tarifario producido por los cálculos electoralistas (otra vez nuestros políticos) ascendía a 30.000 millones, de los que aún no hemos pagado ni la mitad. Lo dice la Rana Gustavo al final de su canción: «Qué más da. Soy verde y es grandioso, maravilloso. Es del color que siempre querré ser».