Esteban González Pons-El Confidencial
- Lo que está en juego es mucho más que la jefatura del segundo país más importante de la Unión Europea tras Alemania.Lo que está en juego es la supervivencia del proyecto de unidad europea
Este domingo se celebrará la vuelta definitiva de las elecciones presidenciales francesas. Las más reñidas desde que, en 2012, François Hollande arrebató a Nicolas Sarkozy un segundo mandato por poco menos de cuatro puntos. Esta vez, será Marine Le Pen quien trate de quitarle las llaves del Elíseo a su actual inquilino, Emmanuel Macron.
Como ya habrán podido imaginar, lo que está en juego es mucho más que la jefatura del Estado del país galo, del segundo país más importante de la Unión Europea tras Alemania, también en términos de población y de PIB, y una potencia nuclear con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y, por cierto, vecino y socio indispensable de España. Lo que está en juego es la supervivencia del proyecto de unidad europea.
El 10 de abril tuvo lugar una primera vuelta que sirvió para medir quiénes son los candidatos con más apoyo popular. Fue una contienda numerosa, hasta 12 candidatos que lograron reunir los 500 avales de cargos públicos que exigen las normas. Por el camino se quedó otra docena más. Sin embargo, los estudios de opinión venían pronosticando un resultado para este primer ‘tour’ que casi se cumplió al milímetro. Macron ocupó el primer lugar (27,84%), mejorando en cuatro puntos su resultado de 2017, y Le Pen quedó en segundo lugar (23,15%), con el porcentaje más alto de su historia. El tercer puesto (casi el 22%) fue para el líder de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon.
Este resultado tiene varias lecturas. La primera es la descomposición del sistema de partidos tradicionales. Tanto el Partido Socialista como el de Los Republicanos (heredero de la UMP gaullista) han quedado por debajo del 5% de los sufragios y, debido a la ley electoral francesa, en grave riesgo de desaparición por deudas de campaña no reembolsables. Si esperado fue el descalabro de la candidata socialista, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, que con menos de un 2% de apoyo popular obtiene el peor resultado de la historia del PS, algo menos lo fue el de Valerie Pécresse, que arrancó con fuerza para ir desinflándose, atrapada entre los discursos de Le Pen, Macron y Zemmour. Este último tampoco obtuvo los resultados esperados, pero su 7% de respaldo popular amenaza al partido de Le Pen.
La segunda lectura es que la cultura política francesa gira hacia los extremos. Y eso, mal que le pese a una parte de la izquierda, no solo lo representa Le Pen. El candidato de la izquierda radical recibió un impresionante 21,95% de los votos, por lo que sus partidarios tendrán gran influencia sobre quién gana la segunda vuelta. Aunque Mélenchon condenó votar por Le Pen, no se declaró abiertamente a favor de Macron como hicieron el resto de los moderados, desde Hidalgo hasta Pécresse, pasando por el ecologista Jadot. Los estudios de opinión dicen que el voto de Mélenchon se dividirá en tres. Un tercio se abstendrá, otro votará por Macron y el último lo hará por Le Pen. Dicho de otra manera, si la derecha extrema gana las elecciones, la izquierda extrema será responsable.
Y es que una parte de la izquierda que se dice democrática no asume que su discurso incendiario y de confrontación es la gasolina que enciende la mecha de la extrema derecha.
Otra lectura indica que algo funciona mal en una democracia cuando las opciones moderadas tienden a concentrarse en un candidato como única fórmula para frenar a los extremistas. Macron fagocitó al centro izquierda en 2017 y ahora lo hace con el centro derecha. Lo que algunos verán como una operación de genialidad política yo lo veo como un peligroso experimento que puede acabar costando muy caro a la democracia francesa. ¿Quién ganará el día que Macron pierda? Confiemos en que en las legislativas de junio los partidos moderados recuperen terreno y tengamos un Parlamento dominado por las fuerzas de centro y europeístas. Incluso, quién sabe, un Gobierno de cohabitación por primera vez desde 1997.
Si fuera ciudadano francés, mi voto iría sin lugar a dudas para que Macron resultase reelegido. Y como español y europeo, es también lo que deseo. Hoy en día no hay elección dentro de las fronteras de la UE que no tenga una repercusión directa o indirecta sobre nuestro país. Cuanto antes entendamos que la política europea ya no es política exterior sino una extensión de la política doméstica, mejor nos irá a los españoles.
Y por esa razón, aun teniendo diferencias políticas importantes con Macron y su partido político —apreciables en nuestros debates en la Eurocámara—, sostengo que Le Pen no es la alternativa. No lo fue en 2017 ni en 2012, menos su padre en 2007.
A pesar de las derrotas electorales, la extrema derecha francesa inició en 2011 un camino de blanqueamiento político, “desdemonización” lo llaman, primero, eliminando cualquier vestigio que pudiese quedar de Le Pen padre. Luego, cambiando el nombre de la formación —de un frente pasaron a una reagrupación—. Por último, abandonando a medias algunas de sus propuestas más radicales en torno a la emigración y a la UE. Actualmente, Reagrupación Nacional es un partido que, si bien no puede ser homologable al resto de partidos democráticos, sí lo ha sido con el voto de los franceses por la vía de los hechos.
Si el ultra Éric Zemmour no hubiese irrumpido en campaña y ‘robado’ nada menos que un 7% de los votos a la derecha nacionalista, Le Pen podría haber ganado la primera vuelta con cerca de un 30% de apoyo popular. Ahora está más cerca que nunca de lograr ganar la segunda vuelta y establecer una cadena de eventos que podrían cambiar Francia y Europa para siempre.
La primera consecuencia de su posible victoria sería la posición de Francia dentro de la UE. Diferencias políticas aparte, no hay por qué negar que el presidente galo ha sido una de las figuras más destacadas de la política europea, especialmente tras la marcha de Angela Merkel, sentando las bases de una Francia más estable dentro de la UE. Lo haya hecho por interés propio, mero cálculo electoral o por un sentimiento europeísta es algo que, en estos momentos, no podría preocuparme menos. Porque una Francia con Le Pen a la cabeza sería muy distinta a la Francia que conocemos.
La candidata de la derecha nacionalista nunca ha ocultado su desdén por la UE y ha dado a entender que Francia podría seguir el camino de Reino Unido si llega a ser presidenta. Aunque había rebajado el tono de sus insinuaciones antieuropeas, durante esta campaña ha vuelto a mencionar su no oposición a un referéndum, que es una manera retorcida de decir que podría llegar a proponerlo.
La Unión Europea ha sobrevivido con bastante éxito a la salida del Reino Unido. Y estaríamos en disposición de soportar abandonos de algún otro país de tamaño medio. Pero el proyecto comunitario jamás sobreviviría sin los pilares fundamentales que lo sustentan: Francia y Alemania. Aunque a algunos les guste olvidarlo, la UE nació de las cenizas mismas de la Segunda Guerra Mundial, y se construyó sobre la reconciliación entre franceses y alemanes. Si faltase uno de ellos, el proyecto entero se derrumbaría.
Pero el impacto de una posible victoria de Le Pen se extiende mucho más allá del papel de Francia en Europa. El resurgimiento de la extrema derecha y la derecha nacionalista antieuropea es innegable y se está convirtiendo en una ideología política fuerte. No estamos ante un problema exclusivamente francés. Si Le Pen sale victoriosa de la carrera presidencial, los movimientos antieuropeos ganarán una voz de mucho peso dentro de la UE y, particularmente, en el seno del Consejo Europeo.
Un ejemplo concreto es el de Viktor Orbán, quien lleva tiempo siendo un dolor de cabeza en Bruselas. Su reelección hace temer que ese dolor no solo continuará, sino que empeorará hasta convertirse en una migraña comunitaria. La crisis con Rusia ha enfriado las relaciones con Polonia, hasta el punto de que algunos hablan ya de la ruptura de Visegrado, el club de los socios antieuropeos. Pero con Le Pen en el Consejo, Orbán tendría una poderosa aliada con la que seguir obstaculizando la integración comunitaria.
Por último, toca hablar del elefante en la habitación, y ese no es otro que Vladímir Putin y su más que probable creciente influencia en Europa si su gran aliada gana en Francia. Para muchos analistas, Marine Le Pen es una de las piezas fundamentales en la estrategia del Kremlin para desestabilizar la UE, la OTAN y todo el flanco occidental. En 2017 fue recibida en Moscú, y no perdió un minuto en afirmar que sus ideas políticas eran las mismas que defendían Trump y Putin.
Aunque la guerra de Ucrania la ha obligado a atenuar estas expresiones de admiración, no ha dudado en proponer hace solo cinco días una nueva estructura de seguridad con Moscú en cuanto acabe el conflicto. Incluso, sugiere retirar a Francia del mando militar integrado de la OTAN —como había hecho De Gaulle en 1966 y al que no regresó hasta 2009 con Sarkozy— y reformar la UE para convertirla en una “alianza europea de naciones”, en clara sintonía con lo que predican sus aliados húngaro y polaco.
¿Qué sucederá si Le Pen se convierte en la nueva residente del Elíseo? ¿Cómo abordará Francia el conflicto ucraniano con sus aliados de la OTAN y el resto de los países europeos ante la creciente amenaza rusa? ¿Y dentro del Consejo de la UE? Las respuestas incomodarían a muchos, y Putin lo sabe. Sus reveses en el campo de batalla ucraniano le obligan a buscar otros medios para desestabilizar el frente europeo que hasta ahora ha permanecido unido, salvo por la previsible y deshonrosa excepción húngara. Si Le Pen gana las elecciones, Putin habrá logrado atacar el corazón mismo de Europa sin necesidad de que ninguno de sus soldados haya puesto un solo pie en la frontera.
Incluso perdiendo en Ucrania, Putin ganaría la guerra si vence en las elecciones francesas. El futuro de la libertad en Ucrania y en el resto de Europa se juega más en Francia que en Kiev en estos momentos.
No soy ajeno a los errores cometidos por Macron. Son muchas las cosas que me separan de su argumentación política. Pero solo tienen importancia en circunstancias normales. En las extraordinarias, tan peligrosas como las que vivimos: un autócrata amenazando con un cataclismo nuclear a pocos kilómetros de la frontera europea, una situación económica cada vez más incierta y las extremas derecha e izquierda creciendo como la espuma en el mismo continente que ya arrasaron una vez, entenderán que no pueda más que desear su victoria, no tanto por sus posibles aciertos como por los riesgos que conllevaría su salida.
Los franceses votarán con todo esto en mente. Lo hicieron en 2002 por Jacques Chirac frente a Le Pen padre. De nuevo lo hicieron en 2017 y estoy convencido de que volverán a hacerlo este próximo domingo 24 de abril de 2022. Francia pertenece al corazón de Europa.