- Las sociedades y los gobiernos occidentales han aprendido a lidiar con las estrategias de desinformación del Kremlin. El resultado: sólo los muy devotos siguen creyéndose las mentiras de Putin para invadir Ucrania.
Apenas ocho días después, comenzó esa operación militar contra Ucrania que supuestamente no iba a ocurrir, y que en estos momentos prosigue a todos los niveles. Este movimiento tomó a contrapié no sólo a muchos expertos en Rusia y políticos europeos que, basándose en un análisis de coste-beneficio, dudaban de que la invasión fuese a tener lugar, sino también a los propagandistas del Kremlin, que tuvieron que dar un súbito giro de 180 grados en su discurso.
Las nuevas narrativas de desinformación van desde lo extremadamente retorcido (“Zelenski insinuó que Ucrania se estaba planteando retomar la fabricación y la posesión de armamento nuclear”, aseguraba la subdirectora de RT en Español, Inna Afinogenova, en su canal de YouTube el pasado jueves) a lo directamente ridículo, como las ofrecidas en paralelo por Sputnik Mundo: lo de Rusia, según este medio estatal ruso, no era una “invasión” ni un “ataque”, sino que eso eran “las mentiras que vende Occidente”.
Y sin embargo esta vez las otrora formidables campañas de influencia rusas no han convencido a casi nadie, excepto a aquellos que ya estaban convencidos de antemano. En términos generales, basta con darse una vuelta por las redes sociales o escuchar cualquier conversación en la calle para constatar que las simpatías generales están con Ucrania. Incluso en España, un país cuya opinión pública ha sido tradicionalmente más proclive al argumentario ruso en temas como el Donbás o Siria que la mayor parte de los países europeos.
La desinformación rusa ha fracasado de pleno, y esto se debe a una combinación de varios factores. Está, por supuesto, el carácter descarnado de la invasión, que dibuja un panorama muy claro en términos morales: tenemos un agresor y tenemos unos agredidos.
«Los medios del Kremlin se han visto obligados a pasar de burlarse de la ‘invasión inventada’ a decir que ‘Rusia no ha tenido otra opción'»
Además, a diferencia de ocasiones anteriores (como en la anexión de Crimea en 2014 o en la intervención rusa en Siria al año siguiente), en esta ocasión los rivales de Rusia han sido muy proactivos a la hora de desactivar las falsedades del aparato mediático del Kremlin, obligando a éste a ir a rebufo. Algo a lo que no está acostumbrado, especialmente en las crisis de su propia manufactura.
Para empezar, Estados Unidos, y en menor medida Reino Unido, han llevado a cabo un agresivo ejercicio de desclasificación de inteligencia sobre los planes militares de Rusia, para dejarle a claro al Gobierno ruso que no había margen para la sorpresa y para, quizá, poder prevenir así la invasión. El riesgo era enorme: el descrédito generalizado de los servicios de espionaje anglosajones ante los ojos del mundo, si finalmente la agresión rusa no tenía lugar. La propaganda rusa, de hecho, trató de explotarlo a fondo, como hemos visto.
Pero, a la luz de los últimos acontecimientos, está claro que las agencias de inteligencia estadounidenses tenían razón en prácticamente todo. Y el hecho de que lo único que Rusia haya sido capaz de modificar en su plan haya sido la fecha de invasión (anunciada por la Casa Blanca en torno al 16 de febrero) demuestra una asombrosa falta de flexibilidad. Los medios del Kremlin se han visto obligados a pasar de burlarse de la “invasión inventada” a decir que “Rusia no ha tenido otra opción”, como repite en bucle estos días el programa estrella del primer canal estatal ruso, Vremya Pokayzhet. Una línea argumentativa bastante débil.
Dos semanas antes de la invasión, Elliot Higgins, fundador de la organización de investigación en fuentes abiertas Bellingcat, advertía: “Las autoridades rusas confían en el reporte inicial de sus alegaciones en los medios occidentales, que raramente los verifican en el momento o más tarde, para diseminar sus mensajes entre las audiencias occidentales. Si repites una mentira en lunes y haces el trabajo de verificación el viernes, el daño ya está hecho”. Tenía razón, como hemos podido constatar una y otra vez quienes estudiamos las campañas de desinformación.
«El volumen de desinformación al respecto es tal que ha llevado a esta institución a crear una iniciativa específica llamada #UkraineFacts»
Pero esta vez, sorprendentemente, el trabajo de comprobación ha ocurrido simultáneamente. Un auténtico ciberejército de verificadores, tanto profesionales como aficionados, ha ido aportando su experiencia para desmontar bulos y falsedades interesadas, algunas de ellas muy peligrosas. El análisis de metadatos, por ejemplo, permitió demostrar que un vídeo de la desactivación de un presunto coche bomba colocado bajo un puente por el que iban a pasar los civiles evacuados del Donbás había sido, en realidad, filmado en 2019.
O que otro vídeo que supuestamente mostraba a saboteadores polacos intentando hacer estallar un cilindro de cloro (un arma química ampliamente utilizada en la guerra de Siria) en una localidad cerca de Donetsk había sido creado ocho días antes, presumiblemente como potencial casus belli.
El incidente más significativo ocurrió el 22 de febrero, apenas dos días antes de la invasión, cuando las autoridades de Donetsk mostraron imágenes de los restos de un coche que, alegaban, había sido volado por saboteadores que trataban de asesinar a un alto mando militar del Donbás.
Rápidamente, varios expertos desmontaron la historia. Era evidente a simple vista que el vehículo no había explotado, puesto que no había restos de cristales ni hierros retorcidos, sino quemado. Tampoco tenía matrícula. Además, el cadáver calcinado en su interior mostraba claramente incisiones geométricas en el cráneo, producto de una autopsia anterior. La conclusión clara era que, casi con certeza, el cuerpo había sido sacado de una morgue, colocado en un coche extraído de un chatarrero, y luego incinerado. El hecho de que todos estos vídeos fuesen desacreditados tan rápidamente puede explicar el hecho de que no hayan sido ampliamente difundidos, fuera de unos pocos círculos de simpatizantes.
En este esfuerzo no han participado sólo ciudadanos de a pie. En las primeras 24 horas de invasión, la International Fact-Checking Network, la alianza global de entidades profesionales de verificación, desmontó nada menos que 150 falsedades y narrativas de desinformación. Al día siguiente, ya eran más de 200. El volumen de desinformación al respecto es tal que ha llevado a esta institución a crear una iniciativa específica llamada #UkraineFacts, dedicada a desmentir todos los bulos (no sólo los lanzados por Rusia) alrededor de la guerra.
«Las sociedades y los gobiernos occidentales han aprendido a lidiar de forma exitosa con las estrategias de desestabilización rusas»
Lo más interesante es que el Kremlin no ha conseguido reunir apenas apoyos para esta operación militar. Ni siquiera dentro de la propia Rusia, como demuestra el creciente movimiento antiguerra de la sociedad civil rusa. Tan sólo los regímenes de Bashar al Assad, Nicolás Maduro y Daniel Ortega han apoyado abiertamente la invasión rusa.
Aliados estrechos o potenciales como Cuba, China e Irán, si bien culpan a la OTAN y EE. UU. de la crisis, han optado por un camino intermedio, pidiendo una solución diplomática y mediación internacional.
Algunos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, como India y Emiratos Árabes Unidos, se han abstenido a la hora de votar una resolución de condena a la invasión rusa. Y esa es también la postura de varios países en desarrollo que dependen de Rusia militarmente o para la importación de productos esenciales. En el resto del mundo, el rechazo ha sido generalizado.
Esto demuestra que, en el último lustro, las sociedades y los gobiernos occidentales han aprendido a lidiar de forma exitosa con las estrategias de desestabilización rusas, mediante una combinación de información veraz proactiva, una mayor coordinación diplomática y un público más preparado que antaño. Rusia, por su parte, ha seguido confiando en su viejo manual de trucos, que va camino de quedarse obsoleto, actuando en 2022 como si todavía fuese 2014.
Las lecciones de todo ello son extremadamente importantes. Los informes anuales del Oxford Internet Institute muestran que al menos un tercio de los estados del planeta llevan a cabo iniciativas coordinadas de desinformación, dirigidas tanto al público de países enemigos como a sus propias sociedades. La reacción, en esta crisis y guerra de Ucrania, muestra una hoja de ruta efectiva para combatir este tipo de campañas de influencia. Podemos vencer a la desinformación, especialmente si el trabajo es colectivo.
*** Daniel Iriarte es periodista y analista internacional. Es consultor en NÂR Research & Consulting y fue el corresponsal en Turquía del diario ABC.