IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • La condena del populismo progresista llega con todas las trampas posibles

Es una de las reveladoras imágenes que deja la ofensiva de Putin contra Ucrania: un tanque ruso ondeando la bandera de la extinta URSS. Es un anacronismo que sintetiza las farsas del populismo y de la posmodernidad. No es solo que el exagente de la KGB esté jugando a la nostalgia soviética, sino que toda la izquierda populista y posmoderna surgida tras la caída del Telón de Acero ha jugado también hasta ahora a creerse esa fantasía, a ver en la Rusia de Putin una Unión Soviética virtual. Dicha ilusión le enfrentaba a más contradicciones aún que el propio régimen soviético. Y es que la política de Putin, heredera espiritual del estalinismo, es la pura antítesis de todas las viejas y nuevas causas que ha hecho suyas la euroizquierda postmarxista: el feminismo, la homosexualidad, la ideología ‘queer’, el derecho de autodeterminación de los pueblos, el antirracismo, el antiimperialismo, el pacifismo, el ecologismo, el animalismo… La misma toma del Ejército ruso de Chernóbil resucita estos días el fantasma de la catástrofe nuclear de 1986, más que ilustrativa de la sensibilidad comunista con la fauna y flora. Los miles de perros y gatos que, en un radio de 2.600 kilómetros, no fueron ejecutados a tiros durante la evacuación quedaron abandonados a su suerte radiactiva, al igual que los centenares de especies salvajes y de granja: lobos, bisontes, vacas, caballos, aves…

Volvamos al tanque con la bandera roja de la hoz y el martillo. En esta baudrillardiana procesión de los simulacros de nuestra izquierda, en concreto, y de nuestra época, en general, lo único que no es posmoderno es la muerte. Ahí no hay farsa posible. Ucrania es la realidad que hoy enfrenta al populismo progresista a las contradicciones básicas que lo constituyen; el que lo emplaza a un duro despertar del sueño dogmático y a condenar de modo obligado la invasión. Sin embargo, no hay peligro de que se produzca ese mínimo acuse de recibo. La condena ya ha llegado, pero con todas las trampas previsibles. Podemos exige pedir perdón a Rusia por el papel de la OTAN, o sea, haciendo valer la falsa excusa con la que la primera justifica la guerra que ha declarado unilateralmente, como si en esta tuvieran las dos partes responsabilidad. Y Alberto Garzón coincide con Javier Bardem en identificar a Putin con el zarismo, con lo fácil que ambos tienen la referencia de Stalin, el zar rojo. De lo que se trata, en fin, es de condenar retóricamente este ‘revival’ soviético, este virtual regreso de la URSS, pero sin condenar a la URSS. No serán los únicos que se resistan a abandonar su mundo de ilusión. Los nacionalistas catalanes ya andan comparando esta guerra con «la represión sangrienta del 1-O».