No hay mal que por bien no venga, y por ello debemos valorar el beneficio que la invasión de Ucrania proporciona a Europa en términos de positiva identidad. Con su loco expansionismo, el nuevo zar de todas las Rusias ha despertado la inacabada y latente identidad europea. La identidad es algo intangible que nos hace más humanos y nos proporciona horizontes en los que acrecentar el capital humano, que constituye el bien más preciado de las sociedades democráticas. Ya no se trata de una identidad enraizada en la tierra y en la sangre, sino en los principios que constituyen la arquitectura de la humanidad política. Los principios que inspiraron la fundación de la Unión Europea han tomado un nuevo impulso provocado por la guerra declarada por Putin, no solo a Ucrania, sino al Occidente que fue el útero y la matriz de la democracia liberal. Putin ha declarado la guerra a un modo de vida y a unos principios que se condensan en el imperio de la ley y en la prevalencia de la razón sobre las pasiones tóxicas.
Los nacionalismos son una forma de identidad que tienen en el territorio, la raza, la etnia, el idioma y el resentimiento su fundamento seminal. Los nacionalismos son por ello reaccionarios y restrictivos, puesto que se basan en la ensoñación, el mito y la sentimentalidad, dando la espalda a la dimensión cosmopolita de los humanos. La historia ha progresado a fuer de los nacionalismos y son ellos los causantes de los mayores desastres humanos. El nacionalismo ‘putinesco’ del último zar del expansionismo ruso es el mejor debelador de las desgracias que el nacionalismo nos depara. Hitler y Stalin, antes que Putin, anduvieron la senda de sus respectivos nacionalismos dejando una huella imborrable en el pasivo de la Humanidad. De aquel desastre nació la Unión Europea y del desafío actual debe nacer su nueva identidad como modelo y vector del nuevo humanismo que debe alumbrar el progreso de la Humanidad. La nueva utopía que Europa representa puede y debe concitar un nuevo horizonte en el que la Humanidad encuentre su mejor destino. La nueva Europa ya no aspira a la supremacía económica ni militar de otros tiempos, pero puede aspirar a un nuevo tipo de prevalencia basada en la política y en el ámbito del desarrollo humanista y democrático.
Los principios que inspiraron la fundación de la UE han tomado un nuevo impulso por la guerra contra Ucrania y Occidente
Impulsado, tal vez, por un exceso de celo moral y estético, hace pocos días José María Ruiz Soroa denunciaba en estas páginas el expansionismo de Europa con respecto a Rusia. La expansión de la Unión Europea y el de la OTAN serían las notas destacadas del presunto expansionismo del ‘imperio benigno’ que no tiene por qué convenir a Rusia y China. A Ruiz Soroa le asisten la razón y la prudencia al señalar el equívoco que puede ocultarse tras la univocidad de lo que los europeos entendemos por democracia, pero ello no justifica la reacción bélica de Putin. El progreso de la razón y el avance de la compasiva solidaridad entre las comunidades humanas son causas que bien merecen expandirse mediante la pacífica emulación y la superior dignidad humana que comportan. Irradiar pacíficamente los principios que han guiado la mejor historia de Europa no debería calificarse de expansionismo.
Putin es el mascarón de proa de un resentimiento alimentado durante, al menos, dos décadas que ha encontrado en el expansionismo prorruso su expresión más cruel e inhumana. Tras la caída del régimen soviético, la frustración y la decadencia dieron paso al resentimiento que Putin ha encarnado convirtiéndose en falsa víctima de Occidente. Tal vez la ‘real politik’ y la prudencia estratégica debieran considerar las razones que Rusia esgrime en pos de una mayor seguridad de sus fronteras, pero ello no justifica la criminal sinrazón de la guerra acometida por el autócrata Putin. Otra vez retornan en Rusia los tiempos del gulag y de la represión dictatorial, de nuevo se repite la alienación masiva de un pueblo noble que ha equivocado su destino. Son los efectos de un liderazgo tóxico, travestido de milenarismo, falso victimismo y manipulación mendaz. Es el regreso del Jano bifronte con los rostros de Hitler y Stalin.
Las identidades tóxicas requieren de un enemigo para constituirse. El enemigo es el referente con respecto al cual la identidad es afirmada. El nacionalista busca al enemigo para constituirse en su identidad y si no lo encuentra se lo inventa. Pero, en este conflicto sobrevenido, el enemigo que nos declara la guerra nos está mostrando el camino de nuestra identidad positiva al ver peligrar aquello que nos hace ser humanos y compasivos. Europa como superadora de los nacionalismos tóxicos es un proyecto humanista capaz de generar emoción, horizonte e identidad. Dostoievski escribió que «la tiranía es una costumbre que se convierte al fin en una necesidad» y es de esa necesidad de donde surge la guerra incivil y tramposa a la que Putin nos ha conducido. La identidad de Europa recobra nuevas facetas y se descubre a sí misma como vector militante de la democracia y del progreso humano, superador de las naciones y modelo de solidaria compasión.