ABC -LUIS VENTOSO

Rivera ha sacado la calculadora electoral y ha vuelto a girar

NO era física cuántica. Las elecciones de noviembre, cuartas en cuatro años, y los meses estériles sin Gobierno ni presupuestos podrían haberse evitado fácilmente. Existía una solución simple y razonable, que muchos observadores recomendaron en la propia noche de los comicios de abril, nada más conocerse la victoria pelada de Sánchez (que él, levitando sobre la balaustrada del balcón de Ferraz, vendió como si fuese una gesta de Pericles). La solución que podía haberse tomado en abril para formar Gobierno presentaba una gran virtud: por primera vez liquidaba esa anomalía de la democracia española que convierte en pegamento de mayorías a partidos nacionalistas contrarios a la unidad nacional, formaciones de un victimismo agotador, que no ven más allá de su ombligo regional. La solución que no se quiso tomar en abril permitía además templar los tics manirrotos del PSOE y atemperar su querencia por acogotar fiscalmente a las clases medias de éxito. La facilísima salida que se desdeñó en abril consistía, por supuesto, en conformar un Gobierno de PSOE y Ciudadanos, pues ambos sumaban 180 escaños, una cómoda mayoría absoluta para articular un Gobierno estable y moderado de centro-izquierda. ¿Era un disparate? ¿Era una alocada novedad? No parece. En febrero de 2016, Rivera ya había firmado un pacto solemne con Sánchez para investirlo presidente con solo 90 escaños, acuerdo saludado por el líder naranja como el inicio de «una nueva Transición». Pero el riverismo es una ideología mutante. Tres años después, nuestro Albert, siempre expeditivo, se iba al otro extremo: «No vamos a pactar jamás ni con el PSOE ni con Sánchez, simplemente los echaremos».

En las grandes democracias occidentales, los partidos bisagra ejercen de Pepito Grillo moral, un papel necesario (y más cuando se sufren escándalos de corrupción como los que hemos soportado). Pero su auténtica razón de ser consiste en engrasar el sistema, facilitar mayorías de Gobierno y centrarlo aplicando el sentido común. Pero si resulta que diriges un pequeño partido y te crees De Gaulle –o más–, si te pasas el día impartiendo lecciones magistrales con rictus de cabreo, si vas virando de ideas al albur de tus cuentas electorales, pues puede resultar que el respetable acabe viéndote el plumero. Sobre todo si con tu empecinamiento ególatra eres incapaz de ver que podías haber hecho un gran servicio a España cegando por completo la posibilidad de un Gobierno rehén de separatistas y comunistas. Y eso es lo que ha ocurrido aquí. Las encuestas estaban pasándole factura a Rivera. Así que ayer sacó la calculadora, volvió a repetir su regate estelar, el autogiro, y se abrió a un posible entendimiento con Sánchez si el PSOE vuelve a ganar. Al tiempo, manifestó también su disposición a hacer lo propio con Casado si es que las derechas llegan a sumar. El naranjismo es así: dinámico, modernete, guapetón, juvenil, de enorme facilidad de palabra… y «mobile qual piuma al vento», que silbaría el viejo Verdi. Pero bien está que haya entrado en razón y nos ahorre el delirio psicodélico de unas quintas elecciones.