La mayoría de las realizaciones de un gobierno son percibidas por la ciudadanía como el cumplimiento de una obligación. El de López puede estar cumpliendo con sus deberes. Pero no tiene razones para sentirse más fuerte que hace dieciséis meses. Su éxito al minimizar los espacios de la impunidad ya forma parte del paisaje en el declive etarra.
El lehendakari López se despidió ayer del Parlamento Vasco con la vista puesta en el viaje que emprenderá a China acompañado de noventa empresarios. El desarrollo del debate le brindó la posibilidad de aliviar el difícil trago de la negociación con la que el PNV ‘arrancó’ al presidente Zapatero las políticas activas de empleo dejándole a él de lado. Además, el turno de réplica permitió a Patxi López sobreponerse a las críticas recibidas, acodándose en la tribuna a medida que sus dotes para la dialéctica parlamentaria le parecieron suficientes para desechar las invectivas de los distintos portavoces, a sabiendas de que se cansa antes quien no maneja el balón.
Un presidente de gobierno es prácticamente imbatible en un debate así. Los grupos parlamentarios están incapacitados para poner en aprietos al poder. Ni siquiera Joseba Egibar pudo asentar sus argumentos en el baile de cifras que suscitó su crítica a la deuda frente al reproche por la caja vacía con que se encontraron los socialistas. La falla principal del parlamentarismo no está en la omnipotencia del Poder Ejecutivo, sino en las carencias que presenta la oposición. Es seguro que el lehendakari salió ayer del Pleno más ufano de lo que entró. El debate de política general constituye un encuentro imposible de perder para su principal protagonista, y en el que las incidencias quedan para el diario de sesiones. Aunque las escenas de ayer no deberían acomodar al lehendakari en la convicción de que los valores que representa su Gobierno son democráticamente superiores y que, además, gestiona mejor que los anteriores.
No es fácil distinguir hasta dónde alcanza la autocomplacencia y en qué punto comienza la autocomprensión; esa actitud tan característica de la política por la que todo lo que se hace tiene una explicación que nunca puede estar al alcance de los profanos. De ahí que el ensimismamiento no sea una inclinación sólo de la política ideológica; también contamina las expresiones pretendidamente laicas. La mayoría de las realizaciones de un gobierno son percibidas por la ciudadanía como el cumplimiento de una obligación. Las otras suelen formar parte de lo opinable, y muy a menudo de la controversia. Esto es lo que explica que conceptos envolventes, como el «nuevo contrato social» o la «metrópoli del talento», se desvanezcan, dado que tampoco invocan sentimientos. Una sociedad abierta se caracteriza porque cada cual cumple más o menos con sus obligaciones sin esperar alabanza alguna. El Gobierno de López puede estar cumpliendo, también más o menos, con sus deberes. Pero no por ello tiene razones para sentirse hoy más fuerte que hace dieciséis meses. Entre otras razones, porque su éxito al minimizar los espacios de la impunidad ya ha pasado a formar parte del paisaje en el declive etarra.
El papel distante que inicialmente quiso representar ayer el socio preferente Basagoiti, quien llegó a imputar a la alianza entre PSOE y PNV los males de la política económica en España, demuestra que la legislatura se va adentrando en terreno más pantanoso. Pero hay algo que permite al lehendakari convencerse de que gobernar es bello. Es la certeza de que no hay prisa. Ni la legislatura de Zapatero ha terminado, ni Basagoiti va a retirar su apoyo a la designación de López, ni siquiera se acortarán los plazos para que el final de ETA lo encumbre como ‘lehendakari de la paz’.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 24/9/2010