JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 27/07/15
· Hay que actuar con la firmeza del que tiene la razón.
Es la pregunta que se hacen hoy millones de españoles, catalanes incluidos. ¿Qué hacer ante el abierto desafío del nacionalismo catalán, que ya ni siquiera disimula su afán separatista e incluso le pone fecha? Ha cruzado el Rubicón. Se trata de un órdago en toda regla o, para ser exactos, contra todas las reglas. Ya no valen las palabras melifluas, ni el mirar para otro lado, ni los paños calientes. Tal como las plantean, las elecciones autonómicas del 27 de septiembre son una declaración de guerra al Estado español.
¿Qué debe hacer el Gobierno español ante tamaño reto? Para responder a esa pregunta hay que empezar formulando la opuesta: ¿qué no debe hacer el Gobierno español ante tal provocación del separatismo catalán? De entrada, reaccionar con igual contundencia. Creer que esto se arregla, como tantas otras veces, con concesiones económicas o políticas en vez de suponer un alivio, agravaría la situación. La «conllevanza» orteguiana, como los matrimonios malavenidos, ya no se estila. Hay que actuar y hacerlo con la firmeza del que tiene la razón y la ley de su parte. Y con todo tipo de precauciones.
Pues pudiera ser que los separatistas catalanes, ante las calabazas que han obtenido en todas las instancias exteriores y ante el cuarteamiento de su propia sociedad, estén buscando precisamente el choque frontal, revivir el ataque de las tropas borbónicas a la Ciudadela, que les permitiría apelar a su arma favorita: el victimismo. ¡Lo que daría Mas por una foto esposado entre dos guardiaciviles dando la vuelta al mundo! Le redimiría de haber convertido la Cataluña rica, moderna, dinámica, a la cabeza de España, en la Autonomía más provinciana, más endeudada, más regresiva del Estado español. Regresiva, sí. Los catalanes más abiertos, más creativos, más dinámicos, están hoy en Madrid, en el extranjero o en el exilio interior.
Cuidado, pues, con la reacción. El artículo 155 de la Constitución permite al Gobierno tomar las medidas oportunas cuando una comunidad autónoma viole la misma, como es este el caso. Pero antes de llegar a las medidas extremas, hay otras no menos eficaces. Las económicas en primer lugar. Cataluña está hoy en bancarrota. Se sostiene gracias a las transfusiones periódicas que recibe de las arcas del Estado del que quiere irse, sin las que no tendría recursos en escasísimo tiempo para atender a sus obligaciones más perentorias, como pagar las nóminas de sus empleados.
Tampoco podría esperar ayuda del Banco Central Europeo, que sólo trata con gobiernos y bancos centrales. Sería también una advertencia a todas las multinacionales en Cataluña, empezando por las del automóvil, que de golpe y porrazo se encontrarían con un mercado de seis millones de clientes en vez de uno de cuarenta o de cuatrocientos, pues se habrían autoexcluido de la Unión Europea. Como para pensárselo. Me estoy refiriendo a los catalanes que aún piensan, entre los que no incluyo a los que se han dejado llevar, como los niños de Hamelín, por los sones gloriosos, arrogantes, anacrónicos, mendaces del «hecho diferencial», de flautistas que sólo piensan en ocultar sus errores en un mundo donde el nacionalismo es, cada vez más, un mal recuerdo.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 27/07/15