JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • Se ha convertido en un partido de cuadros en manos de equipos de propaganda

El diagnóstico sobre la enfermedad política del PSOE no es fácil de realizar. Pero tiene variados síntomas. Maniatado por un férreo control de Pedro Sánchez, el resto de dirigentes son meros monaguillos a decir del presidente manchego García-Page. Ese omnímodo poder orgánico no está respaldado ni reconocido por ‘el viejo PSOE’ de Felipe González y los artífices del cambio de 1982. El partido parece unido pero no lo está. En segundo lugar, un partido que siempre había tenido un cálido y firme respaldo en la calle, hace años que lo ha perdido. De manera que una organización de masas como les ha gustado asignarse siempre a los socialistas se ha convertido en un partido de cuadros, viviendo en su burbuja en manos de los equipos de comunicación y propaganda. Como causa o consecuencia, el PSOE atraviesa una grave crisis de identidad. Una crisis de identidad muy llamativa por los bandazos que experimenta su política en temas tan decisivos como la unidad de la nación, el juego de alianzas y la política exterior. El indulto a los independentistas sediciosos, el pacto con los extremos más desestabilizadores del arco político, el abandono del Sáhara en manos de Marruecos y la desconfianza de Washington son solo algunos ejemplos.

La dependencia para mantenerse en el poder de fuerzas contrarias a la Constitución del 78 le arrastra a vivir en la permanente contradicción de querer ser reconocido como un contrafuerte de la Transición y aceptar las condiciones de sus socios para debilitar las principales instituciones nacidas de ella. Las dificultades de articular un relato creíble de su proyecto de país, condicionado por sus alianzas y en constante improvisación, le han llevado a sintetizar su papel en la misión de escudo contra las derechas. Especialmente frente a la extrema derecha. Todo se justifica en clave de que la oposición no colabora con el Gobierno y que su gestión tiene un propósito progresista frente a la reacción. Pero ese constante agitar el fantasma de la extrema derecha y asociarla a un eventual regreso del franquismo no ha hecho sino polarizar a la sociedad a partir de emociones más que de programas o proyectos políticos.

Esa dinámica, sin embargo, interesa a los partidos rupturistas, republicanistas, separatistas, nacionalistas, pero no a un partido como el PSOE que necesita ser transversal. La desorientación y colaboracionismo de los socialistas vascos y catalanes frente a sus respectivos nacionalismos identitarios es otra consecuencia de la caótica dirección de Sánchez. Los portavoces oficiales de Ferraz insisten en que las estrepitosas derrotas autonómicas no suponen un cambio de ciclo pero en su fuero interno el agua les llega al cuello.