Estamos viendo a gente que jamás ha oprimido a nadie arrodillarse frente a gente que jamás ha sido oprimida por nadie. El espectáculo es tragicómico, como la representación bufa de una misa en latín protagonizada por los locos del frenopático de Makoki.
En uno de los vídeos grabados durante los disturbios de esta semana se ve a un policía negro de Washington DC arrodillarse frente a un grupo de encapuchados. Sus compañeros le levantan del suelo, pero él se arrodilla de nuevo. Sus compañeros vuelven a tirar de él entre los aullidos de los encapuchados.
El autor del tuit describe la escena así: «Oh, dios mío, es una locura. Un oficial de Policía se arrodilla frente a los manifestantes y sus compañeros le levantan agresivamente». En los comentarios puede leerse la misma idea una y otra vez. «Temo por la seguridad de este policía, tengo miedo de lo que le puedan hacer los fascistas de sus compañeros«.
Nadie parece preguntarse cuál es el pecado de ese policía en concreto o qué méritos atesoran los encapuchados para merecer su sumisión. Llama la atención el concepto de fascismo que maneja la muchedumbre. Fascista no es, en su cabeza, quien exige su pleitesía, sino aquel que le libera de las cadenas de la muchedumbre para ponerle en pie como individuo.
En otro vídeo se ve a un adolescente blanco, en lo que parece ser una fiesta, jaleando a un grupo de encapuchados que pasan frente a su ventana.
Un ladrillo vuela hacia él y revienta el cristal. «¡Estamos de vuestra parte, estamos de vuestra parte!», chilla el chico, quizá con la esperanza de que se trate de un lamentable caso de fuego amigo. Pero un segundo ladrillo revienta lo que queda de ventana.
«¡Estamos de vuestro lado, joder!», llora otro de los presentes en la fiesta, asomando tímidamente la cabeza por el agujero por si los encapuchados cuentan con un tercer ladrillo en la recámara.
«Puedes pasarte varios años leyendo muchos libros para intentar entender el progresismo, o puedes ver este vídeo de 24 segundos», dice el autor del tuit.
El vídeo ilustra a la perfección la frase más violenta que he escrito jamás en un periódico: «Ojalá todos los progresistas puedan vivir algún día en el mundo que desean». Para mi sorpresa, los progresistas que la leyeron en su momento bebieron su veneno como si fuera un Krug Clos d’Ambonnay. Alguno hasta me dio las gracias. «Por fin un buen sentimiento», dijo.
Yo les deseo una vida de pobreza, sumisión, violencia y ventanas reventadas a ladrillazos, indeseable hasta para un esclavo del ISIS, y ellos creen que les estoy deseando el paraíso de las 72 paguitas vírgenes. Y eso que tienen los ejemplos a la vista.
El gran error de la Ilustración fue matar a dios sin llenar el vacío con una idea sobrecogedora equivalente.
Como dice Jonathan Haidt en La mente de los justos, el rango de fundamentos morales de la derecha es mucho mayor que el de la izquierda. Pero quizá no hagan falta tantos para someter al prójimo. Es más: quizá una moral amplia sea un inconveniente más que una ventaja. La izquierda ha comprendido una verdad profunda que la derecha se niega a sí misma. La zona de confort del ser humano no es la libertad, sino la sumisión.
Y sólo hace falta una idea frente a la que abandonarse, como esos patos recién nacidos que corren detrás de lo primero que ven tras salir del huevo, para que una sociedad obsesionada con el empoderamiento y adicta a la violencia –aunque la disfrace de sentimientos nobles– hinque la rodilla frente a quien promete aliviarle del peso de la poca autoestima que quede en su cuerpo.
Lo que la izquierda ha comprendido muy bien, y la derecha no, es que Skyler y Seth, esa pareja de blancos progresistas que besan las botas de los matones de una de las ramas más radicales de los Israelitas Negros, un grupo antisemita negro cuyas tesis compiten de tú a tú con las del nazismo, son la norma y no la excepción.
Lo que la izquierda ha comprendido muy bien es que Skyler y Seth son una constante en la historia del ser humano. Siempre han estado ahí y sin ellos no habrían sido posibles el nacionalsocialismo, el comunismo y, ahora, las políticas de la identidad.
Skyler y Seth son devotos a la búsqueda de una religión. Y la izquierda se la está dando.