Krpa Aulestia-El Correo
La política partidaria genera nuevos problemas con el argumento falaz de resolver los anteriores. El acuerdo suscrito el miércoles entre Adriana Lastra, Pablo Echenique y Mertxe Aizpurua puede merecer muchos calificativos nada elogiosos. Pero en lo que a los socialistas y al Gobierno de Pedro Sánchez respecta fue, sin ir más lejos, incomprensible. Tanto que únicamente la firmante y su segundo en el grupo parlamentario hicieron ademán de explicarse al día siguiente. Si de verdad pretendían derogar íntegramente y de inmediato la reforma laboral, consiguieron exactamente el efecto contrario. Ello al precio de un desconcierto que sorprende sobre todo porque, como el presidente Sánchez nos lo recuerda cada sábado, el país nunca se había encontrado en una incertidumbre semejante a la causada por el Covid-19. Claro que eso fue lo que pesó en el ánimo de los pocos socialistas que decidieron trocar la reclamación de un imposible por la abstención de la izquierda abertzale. La gravedad del momento -interpretada como prórroga o no del estado de alarma- podía justificar cualquier cosa. Aunque se mantendrá el interrogante de quién propuso la reforma laboral como materia de negociación frente al coronavirus. Si fue una ocurrencia de EH Bildu o una sugerencia de Unidas Podemos.
Ningún partido se ve en condiciones de dar la sorpresa el 12-J
La suspensión de las elecciones de abril en Euskadi y su reciente traslado al 12 de julio sugerían muchas incógnitas ya antes de lo del miércoles. El pulso entre la omnipresencia del lehendakari Urkullu y el confinamiento de los demás partidos era muy desigual, después de la tragedia todavía sangrante de Zaldibar. Aunque la contestación jeltzale a la unilateralidad de Pedro Sánchez frente a la pandemia corría el riesgo de desgastar a un PNV que, finalmente, encontró en la ‘cogobernanza’ un triunfo que se ha demostrado pasajero. Durante la escalada, los partidos que gobiernan Euskadi -PNV y PSE- mantenían su esperanza en cosechar, en unos comicios que se quedaron sin fecha, la mayoría absoluta que les habían augurado las encuestas. Al inicio de la desescalada comenzó a correrse la especie de que si el escrutinio electoral distaba de esos pronósticos, los perjudicados -fuesen quienes fuesen- acabarían cuestionando la solvencia del resultado, si no su legitimidad. Después de la incomprensible carambola del miércoles, y a día de hoy, todos los partidos vascos insisten en la misma jaculatoria: ‘que me quede como estoy’. Ninguno de ellos se siente en condiciones de dar la sorpresa, y todos la temen.