IGNACIO MARCO-GARDOQUI-El Correo

Al presidente Pedro Sánchez el pasado no le interesa y el presente le aburre. Él solo se detiene en el futuro, en los millones de vacunas que van a llegar y en la recuperación económica que vendrá después, aunque nadie, ni él mismo, sepa cuándo y con qué intensidad. Además, lo hace con cláusula de seguridad incorporada. Si todo descarrila porque las vacunas no llegan, la culpa será de la Unión Europea; y si llegan pero no se distribuyen o si la pandemia repunta, la responsabilidad recae en las comunidades autónomas, que no saben gestionar la emergencia. No mira hacia atrás, así que no le preocupan, ni se siente responsable, de las enormes discrepancias que se mantienen en las cifras de fallecidos; ni los desastres incurridos en el acopio de equipos y materiales; ni las rectificaciones constantes en los comportamientos sociales impuestos; ni en los errores de cálculo en la llegada de las vacunas. Por no preocuparle, no parece preocuparle la evolución del paro, ni la prolongación y el coste de los ERTE; tampoco el desboque del déficit público y el aumento de la deuda, ni la acumulación de empresas zombies que no podrán devolver sus créditos. ¿Cree que exagero? Pues dígame cuándo le ha oído hablar de ello, cuándo ha reconocido cifras, evaluado daños y planteado soluciones concretas. Desde luego el martes en su última aparición no dijo nada de esto, tan solo anunció que no prorrogará el estado de alarma más allá de primeros de mayo. ¿Habrán desaparecido entonces nuestras miserias?

Lo cierto es que la pandemia, y sobre todo su desesperante duración, ha resquebrajado nuestra estructura económica. Unas grietas que van a permanecer mucho tiempo abiertas. Ayer le tocó al FMI evaluar el déficit público. Según sus cálculos, España saldrá (¿?) de esta como el tercer país desarrollado con mayor desajuste en sus cuentas públicas, solo superado por Bélgica y los EE UU. Cerramos 2020 con un pavoroso 11,4%. De ahí se irá reduciendo hasta alcanzar un 4,3% en 2024, una cifra que se mantendrá en el tiempo salvo ajustes fuertes en el gasto o subidas importantes en los impuestos.

Porque, desgraciadamente, no vamos a poder confiar en el crecimiento, una vez que ya nadie cree posible alcanzar el 9,3% que sirvió de base para elaborar los Presupuestos; y la máxima esperanza es el 6,4% que pronostica el mismo FMI, siempre y cuando acierte esta vez el doctor Simón y la cuarta ola que aparece en el horizontes sea una simple ‘olita’. ¡Vaya panorama! Por eso no mira hacia atrás, para no ver la estela que dejamos.