Juan Carlos Viloria-El Correo
- Es chocante que el hiperliderazgo de Pedro Sánchez se considere electoralmente perjudicial para el PSOE
En un reciente artículo titulado, El ‘sanchismo’ se la juega, apuntaba que este año electoral será crucial para consolidar, o no, el ‘sanchismo’, por encima de la sigla PSOE, como un movimiento más dependiente del liderazgo incontestado del presidente del Gobierno que de las históricas siglas del partido fundado por Pablo Iglesias. Un lector que parecía en desacuerdo con mi diagnosis me exhortó en un comentario al artículo: «Repita cien veces: es socialismo, no ‘sanchismo’».
En días posteriores se ha publicado que hablar de ‘sanchismo’ es malintencionado, e incluso, que se utiliza como sinónimo de todos los males que aquejan a la patria. Lo paradójico es que el malestar con esta personalización de la dirección política española durante un quinquenio, sea más acusado entre quienes han destacado la impronta de Pedro Sánchez en la política nacional e incluso internacional. Y lo han celebrado como un líder admirado en Europa y que ha traído la paz social, los derechos de las mujeres, el nuevo salario mínimo, la dignificación de las pensiones y ahora promete miles de pisos baratos y alquileres asequibles.
Lo chocante es que con todo este bagaje, por no citar la excepción ibérica de la energía, el empleo y la envidiada gestión de la economía, se considere que ‘sanchismo’ evoca algo negativo o que ser ‘sanchista’ es una identificación perjudicial en clave electoral. Sin embargo, la tendencia política en democracia ante el desgaste de las siglas es la aparición de líderes supra-partidarios, estilo Emanuel Macrón, que aunque no atraviese su mejor momento, ha ganado dos elecciones presidenciales seguidas sin apoyarse en un partido tradicional.
La personalización de un ciclo político importante en la vida política nacional ha sido una constante en el lenguaje periodístico como lo fue con Felipe González (felipismo) e incluso con Alfonso Guerra (guerrismo) Aunque el primero evocaba la modernización del PSOE y el segundo el despotismo del aparato del partido. El hecho es que en Moncloa no gusta la personalización en Pedro Sánchez, de la política de Pedro Sánchez.
Probablemente la cuestión de fondo reside en la propia familia socialista que no ha logrado cerrar totalmente las heridas de la sucesión, de modo que, en las observaciones demoscópicas, se refleja en un sector del electorado clásico del PSOE un desapego hacia el actual secretario general. Al final, la gestión de Sánchez quizás no logra compensar por un lado, su elevación por encima de la sigla histórica, y por otro, los elementos más discutibles de su mandato como los indultos a los sediciosos, los pactos con Bildu o el abandono de los saharauis. Si el voto a Sánchez no se identifica con el clásico voto al PSOE los efectos electorales pueden ser contraproducentes.