- Las aduanas de Ceuta y Melilla jamás se han abierto y las pateras han vuelto como nunca, gran éxito diplomático cediendo en el Sáhara
La historia es conocida. Cuando Sánchez llega al poder en 2018 (como ahora, sin ganar las elecciones), le hace un feo al orgulloso Mohamed y elige como primer viaje oficial marcarse unos selfies con Macron en el Elíseo, despreciando así la tradición de los presidentes anteriores de volar a Rabat.
En 2021, nuevo éxito diplomático del sanchismo: el Gobierno se trae de tapadillo a España para recibir tratamiento médico al líder del polisario, el archienemigo de los marroquíes. Como la discreción no es nuestro fuerte, su presencia trasciende al momento y Mohamed se pilla un globo olímpico. En mayo de 2021, el sátrapa marroquí se venga enviando a Ceuta a una riada de chavales, que entran por la playa del Tarajal, y además retira a su embajadora en Madrid. Y en plena crisis –¡oh casualidad!– resulta que alguien vacía los móviles de Sánchez y su ministra de Defensa utilizando el software israelí Pegasus. Según la prensa foránea y los estudios del Parlamento Europeo, la hipótesis más probable a día de hoy es que aquel jaqueo fue obra de los servicios secretos marroquíes. ¿Se llevaron mucho material del móvil de Sánchez? Pues para que se hagan una idea: el equivalente a toda la Wikipedia. En estos momentos alguien está en posesión de datos privados de nuestro presidente que pueden ser comprometidos. O no, a lo mejor solo tenía en el móvil poemas de Pablo Neruda.
Sánchez es de esas personas arrogantes con el débil, pero sumisas cuando le aprietan. Así que se asusta ante el follón que él mismo ha creado. Se arruga y empieza a tomar medidas para intentar congraciarse con Mohamed, que a pesar de que se pasa media vida de parranda fuera de su país es quien corta el bacalao en Marruecos, un régimen autocrático con un trampantojo de pseudo democracia. Sánchez les entrega en bandeja la cabeza de su ministra de Exteriores, la por lo demás incompetente Laya. Pero a Marruecos no le basta. Así que, sorpresa-sorpresa, en marzo de 2022, Marruecos, que no España, anuncia de manera sorpresiva un giro radical en nuestra política exterior, por el que pasamos a apoyar un Sáhara marroquí. Sánchez, el del teléfono vaciado, toma la decisión sin comunicársela al Rey Felipe, a su socio en el Gobierno, Podemos, y al Parlamento. Además, Marruecos no se compromete formalmente a nada a cambio, aunque nuestro Gobierno vende que abrirán las aduanas de Ceuta y Melilla y que controlarán en serio el flujo de pateras.
Ha comenzado una nueva era de feliz amistad hispano-marroquí. Para celebrarlo, gran cumbre en febrero de este año en Marruecos. Sánchez se va para allá con una docena de sus «ministros y ministras» a rendir pleitesía a su nuevo amigo. Pero Mohamed le hace un feo inaudito y planta la cita, limitándose a una llamadita telefónica. En cualquier otro ámbito, un agravio así merecería algún tipo de reacción por parte de un político que se distingue por su marcado narcisismo y su acreditada mala leche. Esta vez no. De hecho, llega el verano y sucede otro hecho llamativo. Sánchez, tocado con una visera de heladero, su mujer y sus dos hijas aparecen veraneando en Marrakech en pleno agosto, cuando la canícula achicharra la extraordinaria ciudad y allí se puede asar un pollo en una acera, por lo que es un destino poco recomendable. La gira alauita de los Sánchez-Gómez continúa por Tetuán.
Sin embargo, los masajes diplomáticos y las vacaciones marroquíes no parecen fructificar. Las aduanas de Ceuta y Melilla jamás se han reabierto, incumpliendo los plazos que se habían anunciado. Las pateras se han disparado. La prensa y algunas autoridades marroquíes continúan refiriéndose a Ceuta y Melilla como ciudades ocupadas, o incluso como «prisiones al aire libre». Notable éxito de Sánchez y Albares.
Hace unos días me encontré en un teatro a unas señoras que resultaron ser lectoras de El Debate. Eran unas jerezanas afables y con chispa. Charlando un instante sobre la complicada situación política, una de ellas soltó la siguiente broma: «Bueno, con esto de cabrear a los israelíes a lo mejor al final es Netanyahu el que nos libra del personaje filtrando lo que había en el teléfono». Nos reímos con su comentario. Pero, como escribió el viejo Will, «algo huele a podrido en…».
Y se acabará sabiendo.