La fortuna acumulada junto a su marido y la confusión de intereses entre su fundación y sus actividades lucrativas la presentan como una representante del establishment cuyo discurso en poco se parece a su vida privada. Sólo la bien valorada gestión de Obama y el peligro que representa su contrincante para la mayoría de la ciudadanía urbana, las mujeres y las minorías raciales podría llevarla a la Casa Blanca. Pero esto podría no ser suficiente, porque la clase media ha visto cómo la crisis ha hundido los salarios y millones de trabajadores han perdido sus empleos tras el declive de las zonas industriales del norte del país. Y es en ese caldo de cultivo, como también ha ocurrido en Europa desde el inicio de la recesión, donde arraiga el discurso populista, que ofrece el consuelo imaginario de proponer soluciones fáciles a problemas complejos que requieren reformas estructurales. Decepcionada con la clase política y frustrada por la falta de expectativas y la constante pérdida de poder adquisitivo, la ciudadanía a ambos lados del Atlántico parece dispuesta a utilizar su voto como una forma de protesta sin valorar las consecuencias.
En el caso de EEUU, una posible victoria de Trump recrudecería el enfrentamiento social en el país. Su indisimulado desprecio hacia las minorías raciales y hacia los inmigrantes, a los que culpa de acaparar los empleos en detrimento de los trabajadores estadounidenses, podrían desembocar en una ola de racismo y exclusión con nefastas consecuencias para la convivencia. De la misma forma, su manifiesto machismo, del que hace gala cada vez que tiene oportunidad, pondría en riesgo los esfuerzos y los logros por la igualdad conseguidos en los últimos años, no sólo en favor de la mujer, sino también de los homosexuales.
En lo económico, las recetas proteccionistas para favorecer a las empresas locales y la subida de aranceles a las importaciones, no sólo generarían un guerra comercial con sus socios en Asia y Europa, sino que afectaría a la productividad empresarial y provocaría el cierre de muchas compañías. De la misma forma, su propuesta de bajar los impuestos a las rentas más altas ahondaría en las desigualdades económicas, acentuando la tendencia que se viene experimentando desde el inicio de la crisis, donde ha sido la clase media la que ha soportado los mayores ajustes. Si a esto añadimos su declarada oposición a subir el salario mínimo, a incentivar el empleo mediante inversiones públicas y a poner fin a las políticas sociales impulsadas por el presidente Obama, sobre todo en educación y sanidad, gracias a las cuáles 20 millones de estadounidenses han podido tener un seguro médico, el resultado será el de una sociedad cada día más polarizada.
En el plano internacional, la incertidumbre sería absoluta, lo único que se podría esperar sería que los asesores presidenciales le disuadiesen de tomar decisiones impulsivas, como iniciar una guerra comercial con China o cambiar alianzas estratégicas que desembocasen en un acercamiento a la Rusia de Putin y un alejamiento de sus aliados tradicionales y las políticas de la OTAN.
Lo más dramático, sin embargo, sería el peligro de que su modelo sirviese como referencia en otras partes del mundo, donde las causas de su rápido ascenso presentan un preocupante parecido.