Qué risa

ABC 03/06/15
LUIS VENTOSO

· Las pitadas que le hacen gracia a Mas, o las proclamas de Colau, no son inocuas

TRISTE palco le tocó al Rey Felipe en el Nou Camp. Deprimente compaña. A su diestra, Artur Mas, máximo representante del Estado en Cataluña –porque la Generalitat es Estado–. Un tipo que una mañana al afeitarse decidió que todos los catalanes son independentistas y se embarcó unilateralmente en una campaña retrógrada de odio a sus compatriotas de siglos (pagada, para mayor sarcasmo, con nuestros impuestos). A su izquierda, Villar, que en edad de jubilación continúa encastillado en la federación de fútbol, que mangonea desde hace 27 años. Al hilo de los hediondos cambalaches de la FIFA, la justicia suiza va a echarle un ojo al pertinaz Villar. Tal vez las fiscalías españolas se animen por fin a levantar un pelín la tapa de la olla. Si la política es corrupta, el fútbol es directamente las tinieblas de Mordor…

Cuando llegó la anunciada pitada, a Mas, que es una máquina de hacer amigos, le asomó una taimada sonrisilla de complacencia a la vera del jefe del Estado (quien tal vez debió haber expresado de alguna manera su malestar ante la vejación a la que nos estábamos viendo sometidos todos los españoles). Nuestro Artur es así. Cree que ofender a los demás sale gratis, ayuda a la causa y encima es divertido. Ahora bien: si cuatro gañanes descerebrados irrumpen en Blanquerna en Madrid y sabotean un acto de la Diana separatista, aquello es el apocalipsis de la ignominia, a pesar de que –tal y como debe ser– todos los medios españoles condenaron a los ultras, detenidos al instante. Artur no acaba de entender que el respeto es un camino de ida y vuelta, que las leyes que se aprueban libremente están para cumplirlas y que la mayoría de los catalanes no quieren romper amarras para empobrecerse con una quimera sentimentaloide y regresiva.

Ada Colau, que con 11 de 41 concejales parece que haya logrado la mayoría absoluta de Cameron, nos ha legado la frase política más repulsiva de lo que va de año: «Desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas». Artur y Ada no son tan importantes como a veces los hacemos. Pero sí resulta relevante y grave lo que denota su actitud (y la de Junqueras), y es que en Cataluña se está inoculando el germen del totalitarismo. La ruta al fascismo es fácil y se recorre mucho más rápido de lo que solemos pensar: se trata de no tolerar las ideas ajenas y, como bien resume Ada, de incumplir las leyes que no agradan a quienes se autoerigen en caudillos carismáticos. La lluvia fina antidemocrática va calando en Cataluña, porque desde hace demasiado tiempo la Generalitat nacionalista ha venido incumpliendo algunas leyes impunemente, ante la inhibición acomplejada de los poderes del Estado, que creen que imponer la legalidad es antipático y contraproducente. Un planteamiento suicida, que reducido al ridículo llevaría a que en este país no abonaría una multa de tráfico ni Amancio Ortega. Si Colau es coherente, los barceloneses que consideren injustos los impuestos municipales podrán fumárselos con ella de alcaldesa.

La prueba más notable del virus político-moral que empieza a anidar en Cataluña es que su «establisment», sus venerables intelectuales, sus importantes empresarios, sus banqueros humanistas de referencia, sus medios sostenidos por las subvenciones de la administración nacionalista… todos tragan con un educado silencio, o con un chascarrillo juguetón, ante las pitadas al himno de España o ante un desbarre totalitario como el de Colau. La diligencia con que se forma el coro para cantar el enésimo salmo del victimismo nacionalista se vuelve mudez cuando se pisotea el Estado de derecho. ¿Risa? Poca.