Miquel Giménez-Vozpópuli
Que me da igual, que me importa un bledo, que no va conmigo lo que suceda este once de septiembre, que me es totalmente ajeno. A mí y a la mayoría de catalanes.
Una de las lindezas del procés apaga fuegos del tres por ciento es el hartazón que produce a no pocos la parafernalia catalanista. Hasta que para ser catalán no hizo falta comprarse una camiseta, una estelada y votar a la neo convergencia, se dejó pasar – grave error – la enormidad histórica que supone el 11 de septiembre. Pero cuando la secuestraron a no pocos se nos subió el gallo y decidimos que ja n’hi havia prou, que ya era suficiente. La Diada, que ha quedado única y exclusivamente para que los geriátricos de comarcas se vacíen y sus ocupantes hagan ejercicio, amén de que los nietos de estos quemen containers, blasfemen contra España y luego se fumen unos canutos, es un cuento chino del nacional separatismo.
De entrada, se celebra luna falsa derrota, a saber, la pérdida de derechos de Cataluña en 1714, els Furs i Constitucions, ante una España borbónica despótica encarnada en Felipe V. Maleïm, companys, Maleïm, la memoria de Felip Quint, aúllan los comparsas del señor que tiene miles de millones – presuntamente – en Panamá. Primera mentira: Cataluña no perdió nada, si acaso fue la nobleza, el clero y los terratenientes, que vieron como los derechos feudales quedaban erradicados por el Decreto de Nueva Planta. No fue una derrota de Cataluña, que estaba dividida entre el pretendiente de los Austria y el de los Borbones.
Segunda mentira: tanta saliva gastada ante el monumento a Rafael de Casanovas, gran mártir según los de la estelada, cuando fue fiel al rey de España, cosa que explicita en su exhortación a la tropa para que resistiera ante el Duque de Berwick, finalizando con un vibrante ¡Visca el Rei d’Espanyanostre Senyor! Casanova, herido en el sitio de Barcelona, se recuperó felizmente y pudo continuar con su vida sin que nadie le inquietase en lo más mínimo. Falleció en su casita de Sant Boi tras una vida de empleo como funcionario de la Corona.
Tercera mentira: la cadena que une a la Generalitat a través de los siglos. Miren, lo de los ciento treinta y pico presidentes es más falso que un euro con la cara de Leticia Sabater. La Generalitat era una institución medieval presidida habitualmente por un obispo de la que no se acordaba nadie. Fue preciso que Macià proclamase la república catalana para que, desde Madrid, se diesen cuenta del monstruo. El gobierno provisional de la República envió rápidamente a tres de sus ministros, los señores Domingo, D’Olwer y De los Ríos. Aplacaron al iracundo excoronel prometiéndole elaborar un estatuto de autonomía y, como nadie tenía idea acerca de qué forma había que darle al engendro, alguien sacó del baúl polvoriento de la historia aquella institución medieval, clasista y reaccionaria.
Lo que se pretende festejar es una total impostura, que se aprovecha para reivindicar otra de igual o mayor calibre: el mandato democrático de una república existente solo en las mentes de los locos
Dicho esto, y dejando aparte que Cataluña fuese un reino que dominaba el mediterráneo medieval, que tenemos mil años de historia y no sé cuántas chorradas más, incluyendo las del inefable Cucurull acerca de la catalanidad de Santa Teresa de Ávila o de Leonardo Da Vinci, bien se conoce que lo que se pretende festejar es una total impostura, que se aprovecha para reivindicar otra de igual o mayor calibre: el mandato democrático de una república existente solo en las mentes de los locos y en los suculentos estipendios de muchos.
Se comprenderá que, con todo eso, a muchos nos dé igual esta fiesta que no siento como mía. Alejandro Fernández proponía no hace mucho que se trasladase la festividad autonómica a Sant Jordi, pero daría igual, porque a esta harka no le cuesta nada apoderarse de lo que sea, convirtiéndolo en algo excluyente, racista y feo.
Lo único que han conseguido los separatistas es que no acuda a los actos oficiales ningún partido que no sea de los suyos, y aún estos van más separados que nunca. Separatistas separados. Parece una greguería, pero no lo es.
En fin, que se metan su Diada por donde quieran, que a mí no me van las fiestas de burguesitos que intentan parecer revolucionarios. A otro perro con ese hueso.