HENRY KAMEN-EL MUNDO

El autor señala cómo los dirigentes de la Generalitat, a los que califica como los verdaderos enemigos de la Diada, han utilizado la falsificación de la Historia para construir un relato falso e imponer un sistema anti democrático.

LA PRIMERA LEY aprobada por el nuevo Parlamento regional de Cataluña en 1980, bajo la presidencia de Jordi Pujol, fue un decreto del 12 de junio estableciendo el día 11 de septiembre como la Diada de los catalanes. El texto en el que se sustentaba la ley afirmaba que la propuesta «conmemora la triste memoria de la pérdida de nuestras libertades el 11 de septiembre de 1714, y la protesta y resistencia activa contra la opresión». Por desgracia, fue un error mayúsculo escoger esa fecha. En realidad, la rendición de Barcelona al ejército borbónico ocurrió, según el duque de Berwick, no el día 11, sino poco después del mediodía del 12 de septiembre. Cuando el historiador republicano Salvador Sanpere i Miquel publicó posteriormente en 1905 una historia detallada del asedio de Barcelona, según él el día crucial, el día que «significaba la muerte de la nación catalana», no era el 11 sino el 15 de septiembre, cuando la ciudad entregó sus banderas al nuevo gobernador de la ciudad.

Sanpere i Miquel tenía un objetivo claro: especificar el momento de la muerte para proclamar después el renacimiento de la nación. Sin embargo, el error cometido en 1980 sobre la fecha de la Diada fue agravado por algunos escritores posteriores cuyo propósito era crear un mito nacionalista sobre los acontecimientos del año 1714. El resultado es que ahora se ha desarrollado una corriente de pseudo-información dedicada no al renacimiento de la nación sino a una distorsión insensible de la historia, cultura y política de la misma. Este flujo, promovido con entusiasmo por ejemplo por TV3 de Cataluña, está financiado activamente por el liderazgo actual de la Generalitat. La situación obviamente afecta a la forma en que vemos el contexto político de la Diada.

Hoy nos encontramos en una encrucijada en el desarrollo de la nación catalana, cuando quienes dicen amarla deben tomar una decisión sobre su futuro. ¿Puede la Diada, cuya celebración podemos aceptar como el 11 de septiembre, ofrecer alguna esperanza para el renacimiento de la nación que pasó por las tribulaciones del año 1714? ¿Se pueden resolver los errores del año 2017, que ahora esperan su evaluación en el veredicto del procés, como parte de un progreso hacia una Cataluña tranquila y próspera? El problema es que hay grupos que no ven errores en el pasado y que están decididos a repetir esos errores en el futuro. En muchos lugares públicos de Cataluña, hoy hay enormes carteles que proclaman con orgullo: Tornarem a fer-ho (Volveremos a hacerlo). Quienes promueven este punto de vista son, podemos estar seguros, los enemigos de la Diada.

Seamos claros acerca de quiénes son los enemigos de una nación democrática. Son, en primer lugar, aquellos que desean subvertir sus tradiciones políticas al negarse a celebrar elecciones libres y al mismo tiempo afirmar que el 80% de la población los apoya. Una consellera de la Generalitat ha proclamado esta semana que no necesitan elecciones porque ya tienen mayoría. El presidente de la Generalitat afirma actualmente que aunque no haya ni elecciones ni referéndum el único objetivo es la independencia, que puede proclamarse sin necesidad de consultar los deseos democráticos de la mayoría de la población.

Los enemigos, en otras palabras, no respetan la vida política de la nación. Hace dos años, bajo el liderazgo de la presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, los líderes separatistas proclamaron y aprobaron formalmente una declaración de una república independiente. Esto inmediatamente dio esperanza a los separatistas entre la población. Pocos días después, sin embargo, Forcadell y otros participantes declararon que todo el proceso había sido simbólico y que de hecho no se pretendía ni se declaraba la independencia. ¿Esto mostró algún respeto por el proceso político? Evidentemente no.

Los enemigos de la nación, efectivamente, son aquellos que no respetan su pasado. Han distorsionado y tergiversado sistemáticamente todos los aspectos relevantes de la historia de Cataluña. Un producto típico de la falsificación es la rehabilitación en Barcelona del Born, una obra que costó más de 90 millones de euros y está dedicada a falsificar los eventos del asedio de la ciudad en 1714. El intento de eliminar la presencia de los Reyes Católicos de los libros de texto escolares en Cataluña es otro claro ejemplo de falta de respeto por el pasado de la nación. Durante el reinado de los Reyes Católicos hubo en realidad profundos avances en la cooperación de las dos coronas (de Castilla y de Aragón) en todos los ámbitos principales: en la larga campaña de conquista de Granada, en la idea de instituir una política religiosa común, o en una política militar conjunta en Italia. Fue una experiencia de colaboración sin precedentes en la Europa de aquel tiempo. La Generalitat, sin embargo, hace tiempo que perdió interés en lo que realmente sucedió en el pasado de la nación.

Los enemigos de la nación hoy son aquellos que se atrincheran en la ilegalidad desafiando las leyes que ellos mismos deben observar. El presidente de la Generalitat ha declarado que si el veredicto del procés en Madrid va en contra de los acusados, sus partidarios iniciarán una campaña de «desobediencia civil persistente» y de «movilización constante y perseverante». Si seguimos la evidencia de lo que ya sucedió durante los últimos dos años, «desobediencia» significa una campaña sostenida para «parar Cataluña», es decir, para desestabilizar el país. El objetivo sería paralizar, de un día para otro, secciones importantes de transporte por carretera y ferrocarril, movimiento de taxis, autobuses y aviación, funcionamiento de la educación escolar y tiendas públicas. Esta destrucción deliberada de toda la vida pública normal en la región, por supuesto, no es desobediencia civil; es terrorismo público perpetrado no por la población sino por el propio gobierno de la Generalitat.

LOS ENEMIGOS de la nación son, finalmente, aquellos que dividen a la sociedad civil provocando tensiones y violencia, organizando manifestaciones masivas y subvirtiendo la tranquilidad de las familias y amigos. Hay poca necesidad de entrar en detalles sobre la violencia que la no violencia de los separatistas ha provocado en todas partes de la sociedad catalana. Hay amplia evidencia, como lo han demostrado los registros de vídeo. Hemos visto masas de jóvenes burlándose de la policía, desafiándolos a atacar, con gritos de «Som gent de pau!» (¡Somos personas de paz!). El hecho de que los separatistas no tenían armas era parte de la estrategia. Es la confrontación (actitudes de agresión, de histeria colectiva, de furia ideológica, de simple odio de la multitud) lo que ha sido la fuerza impulsora.

El inminente veredicto del procés ofrece a los catalanes la oportunidad de celebrar una Diada que proclamará la paz civil entre la población y la salud democrática entre los que participan en la política. Como ha expresado esta semana el ex presidente de la Generalitat, José Montilla, la Diada debe expresar «la unidad del país, en toda su pluralidad». Sin embargo, la abierta amenaza de algunos políticos separatistas de que las masas imitarán a los estudiantes de Hong Kong e iniciarán una rebelión contra sus opresores, ofrece pocas esperanzas de mejorar las actitudes de algunos que actualmente gobiernan los destinos del pueblo catalán.

Henry Kamen es historiador británico; entre sus libros está España y Cataluña. Historia de una pasión (La Esfera de Libros, 2014).