Isabel San Sebastián-ABC

  • ¿Qué será lo próximo? ¿Prohibir las fiestas de moros y cristianos? ¿Imponer el velo a las mujeres? ¿Pedir perdón por la Reconquista?

Desde hace más de doscientos años, en Valencia han ardido fallas en las que se representaban símbolos sagrados de todas las religiones e ideologías. Reyes, políticos, personajes célebres, obispos, monjas, catedrales, cruces y hasta un Papa, a veces tratados con humor cariñoso, otras objeto de sátira despiadada y en más de una ocasión vejados de manera burda. El espíritu de esa tradición, dicen los entendidos, consiste precisamente en elevar la irreverencia a categoría unos días, para luego entregar a las llamas purificadoras lo que durante ese tiempo fue objeto de mofa al amparo de la impunidad proporcionada por las fiestas. Hasta ahora. Porque en esta ocasión la comunidad musulmana protestó ante el hecho de que fueran a quemarse unas figuras

alusivas a su credo, intocables a sus ojos, y a la Comisión Duque de Gaeta-Pobla de Farnals le faltó tiempo para retirar de su monumento los citados «elementos de cultura islámica», a fin de librarlos del fuego. «Por respeto», se dice en el vergonzoso comunicado justificador de un indulto carente de precedentes. Por miedo y por cobardía, sostengo yo, dado que el criterio no rige cuando se trata de la fe católica e insultarla es algo común, bien visto entre buena parte de la ‘intelectualidad’ autoproclamada progresista, que carece de consecuencias, más allá de alguna protesta baldía. Ofender a quienes siguen las enseñanzas de Mahoma, en cambio, puede pagarse muy caro, como demuestra el reciente asesinato de un profesor francés, decapitado por hablar a sus alumnos de la libertad de expresión utilizando como ejemplo las caricaturas publicadas en la revista ‘Charlie Hebdo’.

Lejos de constituir una anécdota, lo sucedido en la ciudad del Turia es un síntoma más de la grave enfermedad que padece un decrépito Occidente cada vez menos democrático, incapaz de defender con coraje sus valores nucleares. Un grano de arena sumado al barrizal que dejó nuestra oprobiosa retirada de Afganistán, entregado a los talibanes. En una fase avanzada del mal se encuentra esta España antaño indoblegable en su empeño por recuperar su identidad cristiana, hoy débil con el fuerte y fuerte con el débil. Esta sociedad pusilánime, blanda, que confunde tolerancia con impotencia, reniega de sus orígenes y claudica ante un islam cuya traducción literal es «Sumisión a Dios». En varios lugares de nuestra geografía, incluida Compostela, las tallas y demás esculturas dedicadas a Santiago Matamoros han sido escondidas o directamente retiradas, en aras de no molestar a una minoría intransigente que habita entre nosotros pero desprecia nuestra forma de vivir, de pensar y de separar drásticamente los asuntos divinos de los humanos. ¿Qué será lo próximo, prohibir las fiestas de moros y cristianos o exigir que se reescriba la Historia y sean ellos los vencedores? ¿Imponernos a las mujeres velo y faldas hasta los tobillos? ¿Pedir perdón por la Reconquista?