Tonia Etxarri-El Correo

En situaciones excepcionales es el Gobierno quien se tiene que ganar la confianza

La cita obligada es hoy. Casado hablará con el presidente del Gobierno, a través de la pantalla, sin entusiasmo por la falta de empatía de quien le viene pidiendo adhesión mientras lo ignora. El líder del PP no ve un gran pacto para la reconstrucción económica en el que esté Iglesias mientras que Sánchez no tiene intención de desprenderse de la parte comunista de su Gobierno. No hay guión previo para esta reunión. Una lástima. Debería haberlo. Unos folios con propuestas. Una deferencia como la que mostró Sánchez en sus rondas con Torra cuando la Generalitat le apretaba las tuercas con sus exigencias secesionistas.

Pero ahora no parece existir más plan que el de la solicitud de la unidad. Casado escuchará a Sánchez. Le recordará que el PP le ha sido más leal que algunos de sus socios de investidura. Pero Sánchez no puede esperar adhesión inquebrantable si no existe negociación. Si el acuerdo que se reclama no pivota sobre la centralidad constitucional, difícilmente podrá tener éxito. Pretender que el PP se sume a una alianza PSOE-Podemos sostenida por algunos nacionalistas es forzar una escena sin guión. Y por contra, será muy difícil que apruebe los Presupuestos de 2021, con una previsión del 6,7% de déficit según el FMI, sin un gran acuerdo con el PP. A Sánchez le podrá interesar una foto en la que la oposición quede diluida entre asociaciones y sindicatos. Pero pactar alianzas transversales es otra cosa. En la ciudad de Madrid, gobierno y oposición se han puesto a remar en la misma dirección. El alcalde Almeida con su transparencia y comunicación constante se ha ganado el apoyo de la portavoz de Mas Madrid, Rita Maestre. Y este consenso suscitó entusiasmo en la opinión pública. Un rasgo de humanidad, alejado de la ideología. En La Moncloa el clima es otro. La intención de rescatar pactos de gran consenso es incompatible con parte del Gobierno de coalición. Iglesias es el factor disolvente del consenso. Y Sánchez depende de sus planes. Que los tiene: darle la vuelta a este país hasta dejarlo irreconocible.

La incapacidad para reconocer los errores se va convirtiendo en el sello del Gobierno. En situaciones tan excepcionales como la que estamos viviendo, la confianza en los gobiernos es fundamental. Pero se la tienen que ganar. Sánchez no consigue transmitirla a pesar del poder de la televisión. En mayo ya veremos qué será de nuestro confinamiento. ¿Cómo saldrán los niños a partir del 27 de abril? Vaya usted a saber. Recomienda que no nos comparemos con otros países europeos cuando se le pregunta por qué ostentamos el triste récord de tener el mayor porcentaje de muertos por cada millón de habitantes. Pero él es quien se compara cuando comparece en nuestros hogares en horarios de máxima audiencia para decir que somos los primeros y los mejores. En dar más información. En realización de test. No es verdad. Pero lo dice. Angela Merkel solo se dirige a la población para enviarle mensajes directos. Sin hacer trampas al solitario. Sin propaganda. La imagen de su visita a una residencia conversando con una abuela en silla de ruedas ha sido potente y cercana. Sobre todo si, además, deja un mensaje claro: «Aislar a los ancianos para recuperar la normalidad tras el corona virus es éticamente inaceptable». O Macron, que se ha vuelto a meter a los franceses en el bolsillo después de haber perdido perdón por los errores cometidos. Sus errores.

Si el Gobierno de Sánchez no reconoce su negligencia inicial difícilmente podrá enmendar los fallos. Dice Idoia Mendia que Sánchez ya hará autocrítica «cuando tenga tiempo». Podría aprovechar en sus largas comparecencias televisivas. Pero su actitud está instalada en la soberbia aunque haga gala de la humildad. Si a la pregunta de sus motivos por no haber descolgado el teléfono para llamar a Pablo Casado no hubo respuesta, habrá que deducir que sus comparecencias televisivas persiguen un fin propagandístico. Más que informativo. Aún no ha lucido corbata negra. Ni un gesto de duelo. Y ya hemos superado la barrera sicológica de los 20.000 muertos. Sin embargo Valencia ya cumplió ayer con su día de luto oficial. La política tiene que ser cercana. En momentos tan duros, los gestos importan, a veces, más que las cifras. ¿Se ha hecho buena gestión de esta crisis ? No. ¿Se puede reconocerlo o quien critique será tachado de desestabilizador? Si de la reunión sin guión sale Casado con las manos vacías será un mal síntoma.