ABC 21/02/15
LUIS VENTOSO
Tras largos días sin verte y oírte, ayer tuve la ocasión de hacerlo…
Y no es habitual, porque al vivir en el extranjero he tenido que cambiar la dieta informativa que llevaba en España. Allí, al amanecer, escuchaba cada día tu voz redicha en la radio mientras me afeitaba, siempre ofendiendo al resto de los españoles a modo de saludo matinal (incluidos más de la mitad de los catalanes que no piensan como tú). Luego, de manera indefectible, me topaba en el telediario del mediodía con tu rostro airado, dándonos lecciones de moral desde lo que ha resultado ser la ciénaga de lo inmoral. Tampoco escucho ya con la frecuencia con que solía aquellas tertulias nocturnas de Madrid, monopolizadas por la congoja ante tu enésimo desafío separatista, usualmente utópico y siempre sectario. Había tertulianos de apariencia cabal y nómina en ilustres medios madrileños que daban por finiquitada a la nación más antigua de Europa, España, e incluso abogaban por una «tercera vía». Es decir, entregarte la llave para que dieses el portazo gratis a costa del bienestar de los catalanes y del resto de los españoles.
Ahora que tu propaganda es un zumbido lejano, me sucede algo curioso. Te lo cuento, aunque no te interese. En la distancia se ha afianzado mi certidumbre de que tus propuestas son tan absurdas que lo notable es que sigamos divagando sobre ellas. Me pasma la incongruencia entre tu proyecto parroquiano y el ritmo que lleva un mundo en brutal competencia económica, donde hasta Europa es un actor débil y atribulado. Viviendo en una ciudad donde el 30% de la población es extranjera y donde escucho hablar español por la calle cada día, me resulta surrealista que tú quieras convertir en guiri a un señor de Zaragoza o una señora de Valencia, con los que habéis sido compatriotas desde la noche de los tiempos. Tu propuesta solo traería odios y pobreza, lo que me lleva a concluir que tu único móvil es el fanatismo sentimentaloide y la xenofobia.
Pero disculpa la digresión, porque te escribo, querido Artur, para contarte que ayer por fin te vi. Me bajé el telediario y te vi. La noticia era muy relevante: la conexión eléctrica entre España y Francia a través de Cataluña, un proyecto multimillonario, que aportará riqueza tangible a nuestro país. Y entonces apareciste tú, de rondón, y la locutora explicó que tras unos amagos de dar plantón finalmente tuviste el detallazo de acudir a comer con el presidente de España y el primer ministro de Francia. Probablemente estarían preocupadísimos y no habrían podido rubricar el acuerdo sin tu presencia a la hora de las croquetas. Pero antes de presentarte allí, tuviste una intervención pública en otro foro y el telediario de TVE ofreció un corte. Leyendo los subtítulos, constaté que sigues en tu línea, pues acusabas a España de «romper las piernas» a Cataluña a lo largo de toda la historia.
Entonces te confieso que apagué, enojado ante la mezquindad de tu demagogia, ante tu incapacidad para reconocer la verdad, que juntos estamos mejor. Apagué, asqueado por la manera en que has suplantado a toda Cataluña. Apagué, porque veo en ti el mismo mecanismo mental que ha llevado a matarse a rusos y ucranianos, a bosnios y serbios. Apagué, porque me das entre risa, lástima y miedo.